Por Gonzalo Ortigosa - España
Azpeitia es un buen lugar para quedarse tranquilo. Tiene ese algo ancestral propio de lugares hundidos.
Es gris. Es verde. Es pequeño. Es grande. Es cómodo. Puede ser muy incómodo… Es único. Desahogarse en Azpeitia tiene ese punto de solidez íntima que a la vez es universal. Torear y ver torear en Azpeitia tiene un peso específico.
Francamente es un desahogo no sólo para el torero sino también para el aficionado. Si a Diego Urdiales le va bien a la tauromaquia le irá bien. Es así de simple. Deberían cuidarle más porque él cuida nuestra afición con mimo, descaro y seriedad. No lo va a gritar ni a proclamar a los cuatro vientos. Sólo lo va a hacer. Es como es. Y está bien que sea así. Íntimo. Cuando un toro de Ana Romero le ha dado la oportunidad Diego ha toreado. Y eso es bueno para todos. Aquellos quienes encontramos en él un reducto de íntimas satisfacciones estamos tranquilos. A veces caminamos encogidos de hombros y miramos al suelo buscando lances que se dan en el cielo y se reflejan en los charcos. Pero siempre ganamos, hasta cuando no ganamos. Lo hacemos porque sabemos lo que queremos. Porque sabemos lo que él quiere. Hemos aprendido a medir el tiempo de otra manera. Él nos ha enseñado.
Si Urdiales feliz, todos felices... y cómo
Diego siempre gana. Hasta cuando no gana. Es la Gracia de quien la ha buscado con ahínco, movimiento y pensamiento. Es un privilegio. Su privilegio. Nuestro privilegio. Diego Urdiales es uno y muchos. Una nota libre en una sinfonía monótona. Un aglutinador. Un hombre capaz de transmitir un profundo deseo: Torear.