Terminó la feria sevillana y lo hizo, curiosamente, dejando constancia de muchas cosas que sucedieron.
En el cartel estaban El Fandi, Manuel Escribano y Esaú Fernández para enfrentarse a la legendaria ganadería de Zahariche.
La novedad era ver al torero granadino anunciado por primera vez con los miuras. Lo intentó el pasado año, pero una inoportuna lesión lo impidió. No cejó en su empeño y se volvió anunciar.
Poco tuvimos que esperar para saber que El Fandi había venido y era el de verdad y que no era ni un sucedáneo ni un simple paseíllo para cumplir con el compromiso adquirido al anunciarse.
Al contrario que el día de Roca Rey con los victorinos, el granadino se presentó tal cual es, con todo su repertorio y sin dejar de hacer lo que hace todos los días toreando otros encastes, a nadie defraudó. Más al contrario, ganó adeptos por su sinceridad. Así sí se puede decir que hizo un gesto que nadie le obligaba. Menuda lección.
El peruano no se presentó ese día y encima han tenido que ser otros, los aficionados o la banda de música, los que se han llevado las críticas de algunos por haber estado fríos o injustos con él. No señor, el defraudador ese día fue ‘Poco Rey’ ya que se presentó bajo mínimos y sin mostrar en ningún momento ni su tauromaquia habitual ni siquiera su voluntad para ejercerla. Luego, días después, ya se vio, no es lo mismo un victoriano que un victorino. Con los de Victoriano del Río llegó Roca y otra vez ‘campeón de Europa’ o lo que es igual, por la puerta del príncipe.
El Fandi respetó al público y a sus seguidores, dándoles todo lo que se espera de él, portagayolas, banderillas y entrega total. Roca no dio nada con lo que les tiene acostumbrados, ni pases por detrás, ni capote a la espalda, ni ná. El frío fue él, mostrando el interés justo, fuera de su habitual quehacer, para salir airoso cumpliendo el trámite, como si no fuera el Rey.
Dicha ya la puerta del príncipe de Roca, hemos de destacar también la buena faena de El Cid con el buen toro de La Quinta; las orejas cortadas por Emilio de Justo que volvió a mostrar lo asentado que se encuentra; también la determinación de Castella y la poca fortuna en los sorteos para Morante.
El esperado Juan Ortega mostró su toreo con capote y muleta, pero hubo de ser a cuentagotas. Pablo Aguado cortó una oreja por una faena aderezada de despaciosidad y buen gusto, pero por encima de todo, de naturalidad. Por último, Esaú Fernández paseó un trofeo de los miuras, esperando pueda elevar el tono de su carrera.
Para finalizar he dejado el hablar de Manuel Escribano. Si ya hubo gesta el día de los victorinos, no se guardó nada para el de los miuras, empezando por acelerar la recuperación para poder pisar el albero maestrante en el final de feria. Todo un ejemplo de pundonor y de valentía. Enfrente no le esperaban los victorianos precisamente.
La férrea voluntad de dar todo lo que tienen... aunque sea con miuras
Otra vez derrochó esa capacidad de entrega sin límite. El riesgo de las portagayolas, ese que le llevó a la enfermería el pasado día, no lo rehuyó, como tampoco banderillear en los cuatro toros, los suyos y los de El Fandi, mermado de facultades como se pudo ver en algún momento. Pero Escribano, como el granadino, no habían venido a pasearse. Quedó patente que no es lo suyo. Cuando adquieren compromisos son de verdad y asumiendo las consecuencias. Sevilla, con su innegable entrega, cerró la feria dejando el pabellón de la vergüenza torera muy alto.
Foto: Pagés/Arjona