Por Jorge Eduardo - México
Aunque solo lo vieron pocos miles en la plaza de Guadalajara, el ecuatoriano está en boca de todos... ¿Menos de los empresarios?
Se trata de Juan Palacios, un chaval que hace honor a su apodo y a sus declaraciones. La agilidad felina caracteriza al quehacer taurino del novillero de la tez de ébano. Este nuevo representante de la negritud en la tauromaquia reverdece los laureles de una diversidad a la que debe aspirar al mundo taurino si es que pretende continuar como un tejido social de masas.
Hasta ahí todo muy bien. Salvo porque el prodigio físico del toreo no radica en las proezas acrobáticas, sino en lo contrario. Quedarse quieto, impávido en la más absoluta economía de movimientos es el secreto trascendental del toreo. En consecuencia, la quietud se convirtió en el paradigma del clasismo taurino. Fuera de ese canon, al aficionado todo le parece accesorio.
El par de El Pantera. Créditos a quien corresponda
Bien, pues la carta de presentación de Palacios es el par de banderillas apoyándose de los palos para saltar sobre el toro. La escena recuerda más a los saltos minoicos de Cnosos, a los recortadores o a los toreros landeses que a la señera estampa de un par de banderillas asomándose al balcón, una escena en extinción por lo menos en la tauromaquia mexicana.
A la vez, ahí radica el meollo del asunto. No hay nada nuevo bajo el sol en el "par del Pantera", la suerte es tan antigua como los cientos de excentricidades que se han inventado con los palitroques en la mano o hasta en la boca y arriba de una bicicleta. Lo que para los detractores del ecuatoriano es circense, para sus defensores es el rescate de la tauromaquia antigua.
Habrá que observar al Pantera por los ruedos del mundo. En su evolución taurina deberá desechar invariablemente las acrobacias que viene practicando cotidianamente. En primer lugar, porque de no expresarse dentro del canón técnico o estético quedará relegado al cajón de las excentricidades.
Su condición étnica puede jugarle en contra en este sentido, puesto que para los prejuicios los taurinos nos pintamos solos. Si encima el chaval se ajustará al estereotipo exótico que algunos esperan de él, será mala cosa para sus perspectivas como torero.
En segundo lugar, los toros pegan. Y pegan en serio. Enfrentarlos con exhibiciones físicas antes que con la razón de la técnica equivale a invocar un percance. Sobre todo en las grandes ligas, en aquellas plazas donde no hay miramientos para echar arrobas y pitones, será complicado pasar encima de una res. Ojalá que nunca sea el caso, pero el Pantera deberá poner de su parte.
Pero lo más destacado del debut de Palacios en el Nuevo Progreso es que todos hablamos de él. ¡Sí! De una novillada presuntamente de oportunidad, de seis novillos para seis novilleros, de esas que son para taparle el ojo al macho de que hay apertura.
En los primeros días de la semana creció la polémica sobre un festejo que la mayoría de los opinadores ni siquiera vimos. Entre críticas y defensores, el Pantera reavivó los ánimos de hablar de toros, de profundizar en nuestras convicciones y posturas al respecto del ejercicio del toreo, que es nuestra pasión colectiva.
Parecería obvio, evidente, puesto en la mesa, ni mandado hacer para que el Pantera ya estuviera anunciado para el próximo domingo. La polémica del lunes y el martes continuaría el jueves y el viernes, las habladurías se multiplicarían y la curiosidad se expandiría, si no en el gran público, por lo menos en el aficionado cautivo. Por algún lugar hay que empezar, ¿Verdad?
Pues no, la empresota EMSA, fiel a su estilo corporativo gris, frío e impersonal, tiene anunciados a Javier Funtanet, Julián Garibay y César Pacheco. No hay hueco ni para el Pantera ni para alguno de los alternantes del próximo domingo sino hasta el 8 de octubre.
Así que de algún pique, algún encono, alguna rivalidad o que se le "atraviese" otro "gallo", mejor ni hablamos. Del Pantera ya nos estaremos acordando dentro de un mes —si es que lo ponen— y no se habrán capitalizado sus éxitos ni sus fracasos. No habrán salido otros dos a los que vayan a aplaudirles los que quieran pitarle al ecuatoriano.
Pero lo más grave de todo es que tan solo un puñado de miles de diletantes volverán a los tendidos a ver a los triunfadores y no las formidables entradas que podrían estar "metidas en la muleta" de la empresa para esa fecha.
En fin, que mientras en el Facebook se desatan las discusiones más bizantinas, a los taurinos se les va a ir de largo el tren del fenómeno Pantera. Para variar, malaya suerte.