Ya no es como la de antes, ni mucho menos. Ahora a la Navidad le queda muy poco de aquella que conocí de niño.
Cuando era un niño las fiestas de Navidad eran entrañables, familiares, cercanas, solidarias y esperanzadoras. Todo cuanto la rodeaba olía a buenos deseos, a confraternidad, a dulces navideños también, acompañados por vinos dulces y anís o coñac para los mayores.
Todo se hacía acompañar por música festiva, básicamente villancicos, que inundaban las ondas radiofónicas o callejeras. El run, run, run era real y pasaba por tus oídos como por la boca el mazapán. Ni un solo insulto podía con aquel ambiente festivo y cordial.
Cuando las familias se reunían, a cenar o a comer, ni un solo celular interfería o interrumpía la convivencia de todos cuantos se sentaban a la mesa. Los importantes, en la escala de preferencias, eran todos los reunidos, no un grupo virtual con sus mensajes muchas de las veces fuera de lugar. Había diálogo entre los comensales, hoy los hay pero con los pertenecientes a los grupos de wasap, que a su vez hacen lo propio en las mesas donde todos ellos se sientan.
El diálogo y la solidaridad de ahora, ya vemos, se hace de plástico y cristal. Un dedo va recorriendo la pantalla a velocidad de vértigo para poder estar en cuantos más sitios a la vez mejor. En una cena caben, más o menos, los sentados sí, pero multiplicados al menos por tres docenas sentados en otros lugares.
Cómo creen ustedes que se pueden entender si hacerlo entre dos ya es difícil de por sí. Muy sencillo, porque lo que aparece en las pantallas no requiere compromiso real, basta con participar en el festival con un sencillo ‘me gusta’ o un careto de emoticono. A todo eso lo llamo yo, comodidad.
Todo se frivoliza y el mensaje verdadero pasa totalmente desapercibido. ¿Alguien cree que pasados más de dos mil años se habría mantenido esta celebración si no tuviera una importancia real para todos? Los mensajes de hoy son fugaces y como llegan se van. Merece la pena recapacitar, echarle un rato de reflexión.
Y mientras todo esto es así de frío y distante, a tanta distancia los unos de los otros, cómo creen que el mundo se va a tomar en serio y el tiempo de parar guerras y solucionar los problemas reales, se da por sentado que el encendido de unas luces lo arreglará todo y no habrá nada más que hacer. No son solamente las luces, hacen falta un montón de regalos más. Todo solucionado.
Mirando para otro lado y sin percatarnos del mensaje verdadero de la Navidad, aguantamos lo que nos echen. Y eso será, más de lo mismo.
Y no crean, en el mundo taurino, del que nos solemos ocupar, no se producirán cambios más allá del sota, caballo y rey que ya conocemos. Aquí también hay más luces, bolas y regalos que autenticidad.
Al menos yo cumpliré con mi obligación de tener los mejores deseos para todos los aficionados, o no, deseándoles Feliz Navidad.
Para el año nuevo proclamo una exigencia más que un deseo: Que el Toro Íntegro y el Toreo Auténtico sean una realidad durante todo 2024.