La tarde se esperaba como la de un triunfo de los gordos, pero se quedó oliendo a torero.
No fue ni era poco, comenzar una tarde así era un sueño del que habría que despertar. Claro que mientras duró nada ni nadie nos lo podría quitar.
Salió el primer toro del Puerto, a la postre el único que medio se pareció a lo que de un toro se espera, y de inmediato salió un torero, hecho y derecho, nunca mejor dicho, llamado Uceda Leal. Y allí comenzó a oler a torero, y ese olor iba subiendo tendidos arriba sin que parase de perfumar el ambiente.
Los modos y maneras con los que recibió al toro con el capote en nada se parecían a lo que habitualmente vemos. Figura erguida pero natural, porte sereno, moviendo el capote al compás y ritmo que le ofrecía el toro, ni un paso atrás ni un ademán de retorcimiento añadido. Fluía el toreo en sus manos del mismo modo que fluía ese olor a torero que se echa en falta en las plazas.
Precisas y preciosas las verónicas, abrochadas con una media de manos bajas que realzaba mucho más la figura erguida del madrileño. El olor llegaba a intenso cuando se hizo presente Morante a realizar el quite, sacando el toro del caballo, para acompañar la embestida del burel con dos verónicas que enamoraban, pero que eran dos gotas de esencia pura que elevó, muy mucho, el olor a torero que ya inundaba la plaza.
Uceda impregnó toda su actuación de naturalidad y torería
Uceda, principal protagonista de que allí oliera a torero, replicó con unas chicuelinas de ensueño, esparciendo por toda la plaza la sensación de que estábamos soñando. Muleta en mano fue desgranando un toreo con tal naturalidad que daba gusto verle. El toro empezó a pensarse su colaboración y el diestro supo mantener perfumada la plaza hasta el colofón con la espada. Bastante nos importa ahora que el palco le negara la oreja, olía a torero y eso era muchísimo más que el olor de los despojos.
No faltó sumarse Morante, aunque sin opciones en su lote, a perfumar y mostrar su recuerdo y homenaje a Antonio Bienvenida, en el año de su centenario, con el pase cambiado con la muleta plegada al inicio de su segunda faena. Una gran mayoría pensaron que no sabía lo que hacía y es que los detalles del sevillano muchos los ven destemplados por ignorancia, ese es el daño que los pegapases han aportado a la Fiesta.
De ahí la importancia de que en esta tarde, al menos en esta, en la plaza olía a torero.