Deseado era, obligado mucho más, pero esperado, sí esperado, casi nada. El taurinismo no nos tiene acostumbrados a estas cosas.
Diego Urdiales, por fin, aparece en los carteles, los buenos carteles, de todas las ferias. El riojano forma parte ya de esa élite de toreros que son imprescindibles para darle categoría a una feria. Sin su nombre… aquello está cojo.
Y no es que los aficionados no lo vieran así desde hace muchos años, lo sorprendente, y justo, es que esa visión la tienen ahora también las empresas. Con bastante retraso, pero Urdiales es un apellido del que ya no pueden prescindir los empresarios taurinos, lo llevan bien marcado en sus cabezas.
De ahí que podamos asegurar que al fin llegó el respeto. Y no lo decimos para con el torero de Arnedo, que también, lo decimos para con el conjunto de la Fiesta. Para las fiestas valen muchos toreros, para la Fiesta, con mayúsculas, es necesario ver anunciada en los carteles mucha verdad y autenticidad, la que representa, sin duda, Diego Urdiales.
El respeto llegó sin freno y sin otras limitaciones, Urdiales es un torero necesario si queremos que la representación de la autenticidad, la estética, la naturalidad, la expresión clásica, el valor ajustado a la verdad, cabal, y no como un aditamento rudimentario de cara a la galería, todo por derecho y nada por el revés.
El respeto llegó y así lo han asimilado definitivamente quienes tienen la responsabilidad de confeccionar los carteles. En ellos ha de estar, y está, Diego Urdiales. Ya no se le incluye, por cumplir, en los carteles de relleno de las ferias, ahora va en el lugar de privilegio que le corresponde. Pero como debe ser, con espacio, con mesura, y con independencia, todo hay que decirlo, que es como se llega a ese sitio por méritos y no por enchufe.
Claro que ningún torero que se precie puede comprometerse a hacer un maratón de festejos, por aquello de colocarse en lo más alto por el número de actuaciones o por intentar saldar cuentas con sus ambiciones. En lo más alto del respeto se está por otras razones que no son precisamente las de la cantidad.
Los toreros auténticos solo saldan cuentas con sus sentimientos y con el compromiso con la verdad del toreo, que es, a la postre, quienes les dan carta de naturaleza para ocupar ese sitio de preferencia entre los aficionados. Torear por torear queda para quienes no pueden ofrecer otra cosa.
El respeto del que hablamos es aquel que mantuvo el Faraón, Curro Romero, sin necesidad de anunciarse y torear a destajo. El compromiso con lo bueno y la autenticidad, solo pueden cumplirse a sorbos o en plenitud, pero de vez en cuando, con medida.
Ese es el sitio para con el torero riojano, el que le cuadra a sus condiciones toreras y el que esperan los aficionados y quienes gustan de conjugar el verbo esperar. Esperar, no cabe mejor verbo cuando de buscar la verdad se trata.
Al fin llegó el respeto… ya era hora.