Por el Doctor Enrique Sierra - España
Los taurinos vivimos una época de dorado privilegio al poder disfrutar de una baraja de toreros interesantes que, como ocurrió en los 60, supera a la decena.
Así en los tres cortes o estilos conocidos y diferenciados – los artistas de pellizco y embrujo, los fundamentalmente valerosos y los técnicos/dominadores – existen varios nombres. Lo saben perfectamente los aficionados y no soy yo, por mi cometido en la plaza, quien deba pronunciarse ni encuadrar a los toreros en ejercicio en uno u otro perfil. No es cierto, sin embargo, que a alguien se le pueda colocar exclusivamente en uno de los apartados, pero ya Belmonte afirmaba que el máximo en los tres no lo tenía nadie de su tiempo ni probablemente lo reuniría nadie nunca.
En la actualidad se torea técnicamente cada vez mejor y con la estética pasa lo mismo. El valor es indispensable para dominar y crear arte, pero sin oficio eso no es posible. Sólo dominando la técnica se puede crear arte en un mayoritario número de toros y ese conocimiento hace alcanzar cotas artísticas apreciables y emocionantes hasta en diestros que al principio de sus trayectorias, por no entender al animal, podían ir “aperreados” ante sus problemas. Además – eso es grandioso – el dominio del arte no tiene fin porque siempre queda algo más bonito y armonioso que hacer. Probablemente no sea cierto que existan toros “intoreables” pero sí lidiadores que no les comprenden y que no saben construir la faena desde que asoman por toriles los animales, todos de características diferentes.
El aficionado espera emocionarse en la plaza, que no divertirse. Para esto último ya hay otros espectáculos. Lo que ocurre en la arena es la vida misma con sus dificultades, trampas, peligros, dilemas, agresiones y otras incertidumbres, a lo que el buen torero opone su serenidad, sus conocimientos, su experiencia, su previsión, su listeza e inteligencia, su gusto por lo que hace, su valor y gallardía, todo los cual y muchas cualidades más, le permite salir airoso de la mayoría de situaciones La emoción la siente el torero y la transmite cuando con su bagaje de preparación múltiple logra alcanzar el clímax del dominio, mutua entrega y abandono estético. Algunos elegidos lo consiguen la mayoría de las veces y “les sirven muchos toros”. A esos mismos temporadas atrás – aún con menor oficio - y a otros en toda su trayectoria les valen escasos ejemplares y se dice que el lote “fue a contraestilo”. Grave inconveniente tener que esperar a ese animal “idílico” para desarrollar “su” tauromaquia. Los recursos, el pensar serenamente delante de la cara del toro, entender sus características individuales de comportamiento – el animal también las tiene - aumenta el número de posibles éxitos y por tanto el que ellos acontezcan en plazas y Ferias decisivas para su carrera.
La tauromaquia de un matador no es más que su manera personal, su impronta, a la hora de ejecutar la lidia con sus suertes. Esta personalidad le hace inconfundible para el espectador que sigue la temporada, aunque le vea a gran distancia o plasmado de espaldas por artistas de la cartelería y pintura taurina, como el sevillano don Pedro Escacena y otros ilustres ejecutores de las imágenes con lienzos y pinceles. Esa diferencia es un valor añadido fundamental que estrecha el espectro de diestros a los pocos que en la vida quedan grabados en nuestros corazones y memoria. Las gestas y gestos que toda figura del toreo debe hacer para pasar a la historia, no son tanto los atragantones heroicos con peligros físicos extraordinarios. La regularidad en el triunfo, en el dominio y en la creación estética tiene, probablemente, mayor mérito y dificultades, haciendo sus obras inolvidables. Aficionados veteranos podemos con frecuencia por las noches rememorar faenas cumbres en la oscuridad y hasta oír el sonido ambiente y las voces de los protagonistas de toreros, padres y hasta abuelos de algunos destacados del actual escalafón, es decir contempladas hace más de 40 años.. Hemos olvidado en cambio a cientos de profesionales que se ”pusieron delante”. Carecían dolorosamente de esa personalidad y regularidad en el triunfo tras no poder dominar el problema ni menos crear arte. Arte por cierto dicho por muchos como efímero pero no lo es cuando fue capaz de imprimir imperecederamente su sello en nuestros recuerdos de modo que ello nos permite rememorarlo una y otra vez.
El Doctor Sierra en la enfermería de la Monumental de Barcelona
¿ Por qué un cirujano-aficionado se atreve a tales reflexiones por escrito ?. Pues porque la tauromaquia y la cirumaquia (*) tienen tal comunidad de connotaciones, prácticamente todas las descritas más arriba, que en el médico operador, la personalidad, el estilo, la importancia del oficio, del valor sereno, del dominio de la técnica, el poder convertir lo difícil en fácil y placentero, el mimo a los tejidos orgánicos, la elegancia, el culto al rito y al orden armónico en la ejecución del acto médico-quirúrgico, todo ello y mucho más, conducen al triunfo frecuente y a la satisfacción siempre, cuando el cirujano entiende y vive su profesión como una lidia de la vida, en este caso con la salud de su semejante alterada.
Se torea mejor que nunca, se opera mejor que nunca, se torea y se opera como se es. La devoción debe guiar la profesión.
(*) Cirumaquia: personal manera de un cirujano de interpretar y ejecutar los actos médico-quirúrgicos intelectuales y técnicos.
Dr. Enrique Sierra - Cirujano-Jefe de la Plaza Monumental de Barcelona
Publicado en Opinionytoros el 23 de febrero de 2009