Por Miguel Vega - España
Siempre que despierto un 28 de agosto en Linares, lo primero que resuena en mi cabeza son los sones, en un tempo más lento del pasodoble Manolete.
Es algo involuntario, pero que siempre aparece, tal vez desde el subconsciente. Y su figura legendaria e inmortal me acompaña ya a lo largo de toda la jornada. Tras el desayuno, ya estaba buscando esa mañana en internet documentos audiovisuales que trataran de su cogida y muerte en Linares. Y encontré una pequeña joya de tres minutos en blanco y negro donde hablaban de aquella jornada Luis Miguel Dominguín, el doctor don Fernando Arboledas y José Flores Camará.
Salgo de mi casa y ahí está, delante de mí, la plaza de toros con sus muros en blanco y albero. Emociona entrar un 28 de agosto en esa plaza. Encontré en el patio de caballos al padre del torero, quien comentó que aún no se habían sorteado los toros, ya que los otros dos matadores anunciados en el cartel no terminaban de estar de acuerdo. Dos horas más tarde, ya de vuelta en casa, saltaba la noticia, inesperada, difícil de creer, de que el torero local se hacía cargo en solitario de los seis toros de Álvaro Núñez. Morante de la Puebla y José María Manzanares habían optado por quitarse de en medio en el septuagésimo séptimo aniversario de la muerte de Manolete.
¿Seis toros para Curro? ¿De improviso, sin una preparación física y mental previa? ¿Con los 35 grados de temperatura que caldeaban la tarde linarense? ¿Con cincuenta años ya cumplidos y con las secuelas de una cornada en el muslo en la feria de Burgos aún no cicatrizada? (No recuerdo precedentes de una encerrona a cargo de un torero de más de cincuenta años).
Una temeridad a todas luces. Una apuesta muy exigente para asumir. No estar a la altura en los seis toros, el cansancio físico y la capacidad de mantener la mente despejada y la concentración constante, sobrellevar la presión de tener todas las miradas, absolutamente todas (público y medios de comunicación), puestas únicamente en ti, el riesgo de un percance propiciado por todo lo anterior.
Pero Curro es de Linares. Y ha admirado a Manolete durante toda su vida (de hecho nació en la habitación número 18 del hospital de los Marqueses de Linares, la misma donde expiró el Califa cordobés aquel año de 1947). No duda ni un instante y asume toda la responsabilidad.
Lo dejó muy claro antes las cámaras de Televisión Española, que quisieron entrar en su habitación del hotel Aníbal (otro lugar mítico en la ciudad giennense, en este caso por motivos ajedrecísticos) para verlo vestirse con un terno grana y oro. “Linares el 28 de agosto es un día muy especial y tampoco me lo he pensado mucho. Tenía la responsabilidad como linarense de afrontar el reto y ojalá Dios quiera que sea una tarde muy bonita de toros”.
Después, en el ruedo, demostró que no se había equivocado al tomar tan crucial decisión: dio una lección magistral con un encierro que para cualquier otro torero hubiera sido inservible. Los toros, muy flojos y descastados, no obstante le sirvieron para desplegar una tauromaquia plena de seguridad, de sapiencia y de estética. Ningún toro (y salieron siete, porque uno fue devuelto) le permitió cuajar una faena redonda, pero el maestro no se afligió, supo darle su tiempo a cada toro y mantener una encomiable paciencia. Con todos trazó muletazos de muchos quilates y a todos (menos al último, al que despachó en el segundo intento) les recetó un estoconazo de muerte fulminante. Ni un aviso sonó en toda la tarde. Cada faena fue medida, suave, perfecta para lo que pedía cada ejemplar de Álvaro Núñez. Y en el ecuador de la corrida, la gallardía de un brindis a la alcaldesa Auxiliadora del Olmo: “Señora alcaldesa, los linarenses tenemos la obligación de echar para adelante a Linares. Con nosotros no hay quien pueda, va por usted”.
Se fue en hombros, cinco orejas después, del coso de Santa Margarita con la misma cerrada ovación con que se le había recibido en el paseíllo, desmonterado en señal de respeto al Monstruo de Córdoba. Su gesta personal y torera estaba hecha, y su homenaje a Manolete en Linares un 28 de agosto, también. Todos los que estuvimos en la plaza se lo agradecimos, su ciudad se lo agradeció, y todos los que sienten, o sentimos, el toreo como grandeza le daremos las gracias por siempre, porque será un ejemplo que quedará grabado a fuego en la historia, en la vastísima historia, del toreo en Linares, además de un paradigma de lo que se entiende por un torero de verdad: valor, hombría, respeto a la profesión. Y amor por su ciudad, por su cultura milenaria (Curro es hijo de Cástulo también) y la calidad inagotable de sus artistas. De nuevo este 28 de agosto Linares tuvo dos protagonistas, no los dos toreros que se fueron, sino los que estuvieron presentes en la arena plomiza de la plaza: Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete, y Francisco Díaz Flores, Curro Díaz.
Septiembre de 2024.