Por Jorge Eduardo - México
Por lo menos los que matan los antitaurinos. ¿Pero y los que matan los taurinos?
La frase, atribuida erróneamente a don Juan Tenorio de Zorrilla, queda como anillo al dedo para los antitaurinos. Nuestros contrincantes, convencidos y armados con su soberbia habitual, han dado por muerta a la tauromaquia en la Ciudad de México y a su tejido social un montón de veces. Pretenden que el sentido de la evolución es el de su militancia, que no hay debate alguno aceptable sobre la cuestión y que las corridas son un pasatiempo de viejos millonarios degenerados. Según ellos, esta es la única razón de su supervivencia.
Por supuesto, están en el error. Su vocación totalitaria de determinar la senda de la civilización es inaceptable en una sociedad plural. Su cerrazón les impide valorar críticamente la situación del conflicto y los motivos por los que no tienen razón. Los improperios que vociferan no se le tolerarían a ningún otro partido del espectro político en la era de la cultura de la cancelación. Y, sin embargo, mantienen viva su convicción de que el mundo les debe un agradecimiento por estar tan iluminados.
Bien, pues tal como en Colombia, España, Francia, Portugal y Perú, la primera decisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación fue un varapalo tremendo para su causa. La suspensión definitiva que habían conseguido contra la Plaza México fue revocada con votación unánime de los cuatro ministros presentes en la Segunda Sala del tribunal. ¡Unánime! Ni un ministro dio crédito a la batea de babas que le vendieron al juez Jonathan Bass. Él, espero que por ingenuo, convirtió la barrabasada en una decisión judicial. Ahora, este nuevo criterio funcionará como precedente a seguir en los otros juicios que han entablado los prohibicionistas en el resto país.
Así que los antitaurinos, como en general el movimiento animalista, yerra en su explicación del mundo. Su diagnóstico del mundo de la tauromaquia es de una simplicidad cómica, el perfil que dibujan del tejido social al que pretenden combatir es una fantasía, tal como la corrida de toros que imaginan. Sus explicaciones a los problemas ecológicos, sociales, culturales, económicos y políticos son pegotes parasitarios que solo encuentran espacio entre incautos. Eso en el mejor de los casos, si no es que abiertamente pasan por alto la complejidad de los fenómenos humanos.
En fin, que así extraviados y delirantes los queremos. Así estamos mejor todos, puesto que mientras ellos mascullan sus fracasos nosotros continuamos con el ejercicio pleno de nuestros derechos. Nos mantenemos estructurados en un tejido social robusto y alimentado por las relaciones multicausales entre quienes los conformamos, lo que dota de sentido y de importancia nuestra participación en esta actividad. Por lo tanto, señores antitaurinos: los muertos que vosotros matáis gozan de cabal salud. La mortaja en la que pretenden sepultar a la fiesta brava es imaginaria.
Próxima estación: Plaza México
Neutralizada esta amenaza, se reactiva otro fantasma que persigue a la fiesta. Se trata de los obstáculos que se plantean desde dentro de la tauromaquia para que esta exista sanamente. El espectáculo taurino atravesaba de antemano una profunda crisis que los embates animalistas tan solo han agravado. Ahora la pelota regresa a la cancha de quiénes tienen posibilidad de organizar un espectáculo digno.
La primera interrogante es si se retomará el formato de temporada, con corridas con una cierta frecuencia alterada tan solo por alguna ocasión especial. La segunda es si, de acuerdo con este formato, habrá huecos para acartelar constantemente a los triunfadores de los festejos anteriores para que la temporada levante. La tercera si actuarán en la Plaza México aquellos quienes han mostrado los méritos y los avances para aportar algo a la temporada o si continuarán viniendo las eternas promesas, tan llenas de relaciones como escasas de éxitos taurinos.
Tampoco reina el optimismo en torno al toro que se lidiará en la Plaza México. ¿Continuará predominando el desencastamiento y la bobería del toro criado, supuestamente, para colaborar con el torero? ¿Se mantendrá el secretismo acerca de los toros a lidiar, reservando la sorpresa sobre la presentación del ganado hasta que los incautos aficionados hubieren desembolsado el importe de un boleto? Y el asunto más oscuro y pernicioso de todos: ¿Se lidiarán toros con las astas íntegras?
Finalmente, el estado de la plaza. ¿Habrá alguna mejoría en el estado físico del coso de Insurgentes? No se trata simplemente de aspectos cosméticos, ni siquiera de comodidad. La Plaza México operaba con auténticos hándicaps que complicaban lidiar toros, como una iluminación vetusta y operando apenas en una fracción de su capacidad, sobre todo cuando no hay televisión. Ni qué decir del sonido local, en el que si no se escuchaban los pasodobles, mucho menos los avisos y las órdenes de la autoridad; el estribo que se encontraba prácticamente al ras de la arena y un largo etcétera…
Si no habrá cambios y si no se pone la atención suficiente en todos estos aspectos, con la más sincera disposición de hacer las cosas mejor para el bien de la tauromaquia, entonces sí, la cosa corre el riesgo de autodestruirse. Mientras los antitaurinos son incapaces de comprender a la tauromaquia, el aprovechamiento alevoso o el descuido de ciertas áreas del espectáculo sí que pueden herir de muerte a nuestra afición. ¡Aguas taurinos! de nuestra parte depende conservar una fiesta saludable.
Hace falta precisar que, como informó la Corte en la versión pública de la sentencia, esta no atiende al fondo del asunto. Es decir, el juicio continuará hasta que se concluya si el reglamento taurino es constitucional o anticonstitucional. Pronto exploraremos las implicaciones de este asunto con el apoyo de expertos en la materia y qué es lo que sigue en esta batalla que será decisiva para la supervivencia de la fiesta en la República Mexicana. Pero, por lo pronto, ¡Nos veremos en La México!
Artículo 'La México liberada' por Antolín Castro
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