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Por Miguel Moreno - España
El próximo 14 de mayo comienza el mayor espectáculo del mundo taurino. Las Olimpiadas del Toreo.
La hora de la verdad para todos: toreros, ganaderos y toda la cohorte que rodea un tinglado único por especial. Piedra de toque de la temporada, catapulta para la gloria o sepultura de esperanzas. El examen es vital para los protagonistas. Hay que llegar a Madrid con los nervios templados, el ánimo fuerte, la forma física a punto y el corazón afinado con alientos sensibles. San Isidro es un torneo de gladiadores que pasan por numerosas pruebas: Un equipo veterinario competente y riguroso, conocedor de lo que el aficionado madrileño demanda; una empresa que velará por la autenticidad de la corrida; una plaza ecuánime y firme que será cita obligada de los medios de difusión taurinos de España, Francia, Portugal e Hispanoamérica y, sobre todo, una afición exigente pero justa, implacable e intolerante con los ventajistas pero absolutamente pura, capaz de entregarse sin límites cuando al torero le sopla la inspiración o lidia con conocimiento y galanura al toro más marrajo de la dehesa.
Como exigencia fundamental el toro con trapío, cuajo, hechuras y astifino. El toro pujante, el toro de Madrid. Ni caprinos, ni paquidermos, sencillamente el toro bravo en plenitud, sin componendas ni imposiciones. Ante ese toro unos hombres van a jugarse la vida creando belleza, librarán una lucha sin cuartel que imaginan sublime en sus mentes e inmortal en sus sueños, se abandonarán a un combate aderezado con liturgia, misterio y romanticismo. En ese desafío de ilusiones, descubrirán un manantial que nunca agota su caudal de emociones. La aspiración de estos artistas es mecerse en unos lances a la verónica de muñeca rota y cintura partida, o ligar media docena de naturales en los que la palma de la mano obedecerá al dictado del sentimiento. Siempre se les adelantará traidor el corazón a la razón...
Todo está dispuesto. Sólo falta que vuelva la libertad de opción a los toros en aquellos lugares de España donde unos políticos totalitarios, dictadores y nazionalistas lo impiden ilegalmente. En Madrid, en cambio, luce la luz más hermosa y tolerante del año, los vencejos sobrevuelan las tablas del ruedo que acaban de pintar, mientras al reloj de la plaza le dan cuerda y le ponen en hora la esperanza. Aguardaremos cada tarde a que las musas se posen en la mente de los toreros. Cuando eso ocurra, no existirá en el mundo lugar más arrebatador que la plaza de toros de Las Ventas. Saldremos entonces toreando calle Alcalá arriba, remataremos la tanda con una media verónica apaulada antes de acceder al metro de Manuel Becerra. Entraremos por la misma puerta donde hace años (¡éramos tan jóvenes!) me dijo Alfonso Navalón: “Triunfar sin riesgo es triunfar sin gloria.”
(Dedicado a: Ignacio Aguirre, Diego S. Bustamante, J.L. Acuña, Mariano Vicente y a los aficionados de Cadalso)
