Por Jorge Eduardo - México
Ni el Cejas ni Fermín Rivera se impusieron ante los toros de Barralva que fueron desiguales de juego. Diego Sánchez se mostró en un mejor momento taurino.
Se acabó la programación invernal de la Plaza México. El saldo de la serie de catorce festejos fue francamente alarmante: en términos ganaderos, la debacle fue generalizada en el juego de los encierros, sobre todo de los que se lidiaron como corridas de toros; la presentación del ganado fue desigual, y hasta se disparó la sospecha de manipulación del ganado, las propuestas de experiencia del fan de la empresa no tuvieron respaldo taurino y el coso se encuentra en malas condiciones.
El balance del otro elemento de la ecuación tampoco fue esperanzador, me refiero a los toreros. A principios de la década pasada, una generación de espadas definitivamente mejor preparados que los de la anterior irrumpieron en el panorama taurino capitalino. Algunos esfuerzos organizados rompieron los moldes sobre cómo se preparaban los coletas mexicanos. Una década después, y una vez pasada la novedad, los toreros de esta generación están enquistados, instalados en la comodidad y ocupando espacios sin aportar gran cosa.
En algunos casos, las condiciones que les han conducido a esta situación es desafortunada. Es el caso de Arturo Macías, cuyo toreo se había refinado y revestido de una nueva dimensión de entrega hasta su último percance en Madrid. A la vuelta, de aquel Cejas vimos apenas algunos pasajes con el primero de lidia ordinaria. A pesar de su reticencia a torear al natural, fue precisamente por el lado izquierdo por el que surgieron los mejores pasajes de la faena, a tono con la calidad del toro. La faena se desdibujó conforme el torero insistió en buscarle el lado malo al astado de Barralva, y el tremendismo de otra versión de Arturo de la que no queremos ni acordarnos. Con el quinto, nada.
A Fermín Rivera le esperó la Plaza México en serio por mucho tiempo. Desde este espacio hemos pujado por él con determinación, y sin duda fue el torero mexicano que más disfrutamos de entre sus contemporáneos. Este domingo vimos a un Fermín abúlico, frío, aburrido, despojado de aquel temple de acero que se traducía en la naturalidad de sus formas y en la paciencia de su técnica para acabar sacándole las vueltas a los toros. Si este rumbo es definitivo en se carrera, será mejor que pase a otra etapa de su vida. Entre el primer y el segundo espada acumulan 33 años de alternativa.
Diego Sánchez al natural
El que vino a reafirmar sus condiciones como torero fue Diego Sánchez, la savia nueva del cartel. Lo hizo para bien y para mal, es decir, quedó patente su sitio y su buen momento taurino, la facilidad con la que le está hallando la distancia a los toros y la capacidad que tiene para tirar de ellos. No obstante, también se reafirmó como un torero prudente a la hora de enroscarse a los toros en torno suyo, cosa que hace a una distancia más que prudente, su camino en la senda julianista de cuestionable buen gusto y la sensación de que podría haber cuajado más cabalmente al tercero de la tarde. En todo caso, la actuación más destacada de la tarde fue la suya.
Los derechazos de mano baja, haciéndose de la embestida del toro y obligándolo a repetir, fueron el cimiento de la primera parte de la faena. Más adelante alcanzó su punto cumbre por el lado izquierda, sobre todo en un natural tan redondo como puede serlo un muletazo. Se echó en falta la firmeza y el mando que sostuvieran al toro en los medios, y la faena se diluyó mientras Diego se empecinó en irse hacia los tercios y acercarse de a poco a la querencia, donde el toro claudicó.
Los toros fueron tres y tres, los primeros de encaste saltillo y el resto atanasios. Aquellos ganaron la partida, pues, aunque tuvieron tendencia hacia las tablas, ofrecieron retos para los espadas e interés para los aficionados. Los postreros del larguísimo festejo fueron uno manso, otro deslucido y uno más con sentido. En comparación con el corridón que aventaron hace dos años, este, aunque bien presentado, estuvo debajo. Rivera y José Mauricio, anunciado originalmente para esta fecha, también tomaron parte de aquel cartel. ¿Cuál sería el factor para traer una corrida más cómoda?
Invertimos cincuenta minutos de vida en la presentación del novillero a caballo Paco Velásquez, intrascendente como la avasallante mayoría de los rejoneadores que he visto en esta plaza. Algún colega de otro medio atribuyó lo tedioso del festejo al mal juego de los toros, pasando por alto este somnífero de una hora. Los Forcados Amadores de México no pudieron consumar un emocionante primer intento de pega, y sí un segundo intento eficaz. El novillo fue de Zacatepec.
Algún día fue la más grande y cómoda del mundo, habiendo quedado lo segundo muy obsoleto tiempo ha. Hoy, en la Plaza México, la comodidad es monumental, no de los aficionados, sino de quienes actúan en ella. Se presenta en su albero un espectáculo monótono, en el que se puede rastrear la filiación de casi todos los espadas que participan en los festejos con los cotos de poder o familiares que monopolizan la tauromaquia. El ganado es acorde con esta pasarela, soso, sin gracia, buscando la posibilidad de que estos grandes creadores puedan hallarse al torito de entra y sal.
La realidad a la que nos enfrentamos es que ni los toreros que vemos son grandes creadores, ni los toros que estamos viendo son no digamos ya bravos, sino que ni siquiera son el torito de entra y sal que veíamos al iniciar el siglo. Un elemento básico del arte es la provocación del espectador por las buenas o por las malas, que a la vez se extiende a los otros creadores, máxime cuando están en competencia directa como los toreros. Un arte complaciente para con sus participantes no tiene capacidad de provocar absolutamente nada, es un arte mediocre, e irónicamente, un arte cobarde. Esta parece la senda elegida por la Plaza México para organizar corridas de toros.
Las provocaciones en el mundo del toro recientemente vienen de otros sitios, como calendarios con torsos desnudos de toreros, o con artefactos como casinos de fantasía, dj sets, o stands de feria. Nada de eso está estrictamente mal, pero ejemplifican el fracaso del mundo del toro para ofrecer y vender, precisamente, corridas de toros, ni más ni menos. Es de toda necesidad, de apremiante urgencia, una ruptura con todos los promotores de la comodidad en el toreo, y específicamente en la Plaza México, que debiera estar a la altura de cualquiera plaza de primera del planeta.
¿Hay alguna esperanza de que esto suceda así? Me temo que no. Seguro la apuesta continuará por la misma línea y veremos hasta novilleros desconocidos incluidos en las corridas en función de quién los apodera, espectáculos maratónicos de pesadilla, artefactos de fantasía para venderle algo más de licor a los asistentes, continuará la erosión de la cultura taurina en la afición defeña, y de Flores, Silvetis, Sánchez, Saldivares y demás no saldremos hasta que luzcan calvas o pinten más canas.
Gracias por su amable atención a lo largo de esta temporada y a Antolín Castro por continuar abriendo para nosotros las puertas de su casa, Opiniónytoros. ¡Hasta pronto!
Galería de fotos en #LaSuerteSuprema: https://lasuertesuprema.art.blog/2022/02/21/los-toreros-mexicanos-hicieron-agua-en-la-ultima-de-aniversario-urge-relevo-generacional/