Por Jorge Eduardo - México
Brillante presentación de Piedras Negras en la ciudad minera.
Dos corridas de toros ofrecieron De Cantera y Plata Espectáculos y Santa Julia en la Monumental de Zacatecas, quienes echaron pa lante no obstante las polémicas y malas leches que amenazaron a los festejos. El sábado 3, modificado el cartel y vuelto de ocho toros por exigencia de la Asociación de Matadores, salieron dos buenos y uno potable del hierro mexiquense de Pastejé, por cinco malos. Casi como si el destino le reclamara su inclusión en el cartel, Manuel González "Montoyita" se las vio con un lote infumable. Otro tanto se podría decir de Saúl Jiménez Fortes, cabeza de ambos festejos, y cuya presentación en México sería, a la postre, decepcionante. El séptimo incluso se le fue vivo.
El cante pastejeño se lo llevó por mucho Leonardo Benítez, león de Caracas que reverdeció laureles recordando lo que fue, pero también lo que no fue. Ya sin poner banderillas, se puso pesado con la espada después de un trasteo aseado al abreplaza, al que lanceó sobresalientemente. Al quinto le puso tres veces en el caballo, consumándose un bello y emocionante tercio de varas. El toro fue bravo y bueno, y quizás tuviera mejores posibilidades que la faena que le instrumentaron.
Ángel Espinosa "Platerito", de la tierra, es un torero de buenas condiciones que exhibe una madurez precoz. Serio, firme, y gustándose inició la faena al primero de su lote, un toro potable aunque un poco deslucido. Mala cosa la infumable costumbre de los públicos mexicanos de exigir la música de aquí , haciéndole particular daño a los toreros de todas las tierras mexicanas, que materialmente se ponen a bailar para ponerse a tono con la chunga. Cierto que no fue tan grave en el caso de Platerito, pero cierto también que ya no le puso la misma cabeza a la obra de arte que estaba construyendo. Todo quedó en una oreja.
Punto y aparte fue Piedras Negras, la dehesa tlaxcalteca cuya presentación en la ciudad de cantera rosa tiene una significación especial para la tauromaquia mexicana, en virtud del añejo enfrentamiento entre su toro y el de Zacatecas, antaño también un encono personal. Hoy los ganaderos Llaguno y González son buenos amigos, pero las repercusiones del antagonismo son muy amplias y profundas hasta la actualidad.
Reapareció Antonio Urrutia para pasarla entre muchos apuros a sus 61 años. Un quite de Fortes lo libró de un seguro percance después de intentar una extravagancia con el capote frente al abreplaza, y un estoconazo más bien fortuito le redituó en una salida al tercio. Al cuarto mandó que se lo acabarán en el caballo y tan solo la facilidad de Urrutia con el estoque evitó que aquello fuese una cacofonía en grado mayor.
Jerónimo y olé, el arte. Vaya borrachera de torear del sobrino del Ranchero Aguilar, que está alcanzando una solidez y una madurez como para reclamar el sitio que se le ha negado en veinte largos años de alternativa. El primero de su lote fue un castaño, paradoja máxima piedrenegrina, entrañable hogar de los icónicos cárdenos que son estandarte del toro de México. Para minar cualquier habladuría, basta con mencionar que el dicho burel fue un Piedras Negras con toda la personalidad de la casa. Un toro con su nervio, anticipándose en él un cierto genio que tan solo el oficio y la maestría del oficiante puede encauzar en una embestida de calidad, pero no exenta de peligro.
Personalidad, decíamos, y Jerónimo es pimienta donde Piedras Negras pone la sal. Se decía en el siglo XIX que, para los toros de Jaral, los caballos de ahí mesmo. Hoy, podríamos decir que para los astados de la divisa rojinegra, el torero de allá mismo. Es un especialista, pero no uno mecanizado, no un burócrata del toreo rutinario, sino un maestro que utiliza su sapiencia para crear. Un hombre no a la altura de la leyenda, sino a la altura de la realidad, de la estatura taurina del ganado de Piedras Negras que, mejor o peor, derrocha una de las escasas virtudes que no se consiguen ni con el más arduo de los entrenamientos: la personalidad. Personalidad templada y mexicanísima. Expresión en vías de extinción, el toreo nuestro, el largo, el roto y heterodoxo. De todo eso es embajador Jerónimo, igual que su primo Marco, el ganadero.
La faena al quinto de la tarde, Sol de Luna bautizado, y herrado a fuego con el número 73, fue una sólida pieza de toreo derechista, construida de más a menos por un torero que sabe dónde y cómo sobar a los astados de la casa González hasta que rompen. Cómo habrá sido la cosa que la solidez estuvo en la derecha ¡Y lo verdaderamente sublime lo hizo con la izquierda! Qué barbaridad de toreo al natural, breve en la estructura de la faena, pero eterno en la retina de quienes lo contemplamos. No escatimó aún así, porque lo que imprimió en esas tandas de muletazos no es medible, no es cuantitativo, es un derroche incontenible en el envase delimitado del frío número, de la fría expresión "dos series de pases".
Estocada entera, delantera apenas y tendidona, cegó la vida de Sol de Luna, que llevó su asolerada casta a la bravía muerte en el tercio. Cárdeno precioso, con el hierro en la paleta y en las hechuras. Lástima que no fuese un poco más franco en su juego desde el inicio, porque habría sido un toro de bandera. La afición zacatecana paladeó con la cierta frialdad que le caracteriza, pero también con mucha seriedad y entrega. Qué importan los premios, pero quede aquí asentado que fueron dos orejas para el matador, y arrastre lento para el toro.
Jiménez Fortes pagó la cuota de venir, como muchos españoles, a vestirse de luces recién desempacados del Iberia. El viernes hizo campo, pero en una ganadería que, salvo por el origen Saltillo, no tiene ninguna relación ni filiación con los toros que se anunciaron en la plaza. El desconocimiento del torero del toro de Piedras Negras fue patente en ambos turnos. El tercero de la tarde exhibió su distancia exacta en un capote que le citó en el terreno aquel frente a los palcos de la empresa, pero el torero quizás no lo vio. No fue hasta el final de la faena que le dió esa distancia para pegarle un ayudado por alto, en tanto que el resto de la faena la hizo con base en aguantar muy en corto. Mucho mérito, sí, pero mal sabor de boca. Con el sexto, un marrajo que pidió el carnet, de plano perdió los papeles y escuchó otros tres avisos. Vaya balance.
Así termina nuestra travesía y volvemos, de Zacatecas a Aguascalientes y de ahí a la Ciudad de México, a la decepción de la realidad y del duro contexto que vivimos. A contar los días para volvernos a encontrar, en alguna otra plaza, a Jerónimo y a un toro de Piedras Negras.