Por Jorge Eduardo - México
Los números de la Monumental decrecieron aceleradamente durante la década de los 80, en consonancia con una situación económica apremiante en el país.
La empresa del doctor Alfonso Gaona se sostuvo en las novilladas para seguir ofreciendo toros, resultando muy exitosas temporadas como la 1985-86, y la 1986-87. Una notable generación de toreros de Monterrey como Hernán Ordanza, Enrique Garza, Alfredo Ferriño, o Alberto Galindo “El Geno”; el saltillense Jorge de Jesús “El Glison”, los capitalinos Manolo Sánchezy el querido Pablo Curro Cruz fueron nombres que acarrearon masas al coso de Insurgentes. No obstante, ninguno de ellos sería el elegido para plantar cara a los figurones del toreo españoles de su generación.
En cuanto a las corridas, tal y como en los años anteriores se echó mano del Capea para tirar de la temporada, en 1987 lo hizo el reaparecido Manolo Martínez, en calidad del figurón del toreo que era. El mandón tomó parte en cinco corridas de las seis que se ofrecieron, cosechando sus últimos grandes éxitos en la Monumental. Ésta y la subsecuente de novilladas 1987-88, serían las últimas temporadas ofrecidas por Alfonso Gaona en su dilatada carrera como empresario, iniciada en El Toreo en 1940. Era el fin de una era de la tauromaquia en México, una que, como para subrayar los nubarrones sobre la fiesta, entregó como su último capítulo triunfal la faena de orejas y rabo de El Geno al novillo Don Coyo de Jorge Hernández. Desde entonces (8 de noviembre de 1987) ningún novillero le ha tumbado los máximos trofeos a un burel en la Monumental.
El malestar de la afición y el medio en general para estas alturas, era notorio. Daniel Medina de la Serna lo hace notar con su marcada aversión al doctor Gaona a lo largo y ancho de su obra. De nueva cuenta, el Palacio de los Deportes abrió sus puertas como plaza de toros de nuevo entre el 4 y el 13 de diciembre de 1987, para ofrecer siete corridas organizadas por Curro Leal y el Departamento del Distrito Federal. Para abreviar, citaremos a Enrique Guarner, quien valoró al local como sitio de “una parodia taurina cuando un escenario postizo, casi un pastiche fue convertido en un ruedo improvisado con tribunas cómodas, pero demasiado abiertas que alejan la visibilidad de lo que ocurre en la arena. [...]Solamente existe una entrada demasiado estrecha, donde se forman tumultos, y además se encuentra sin iluminación alguna”[i].
Medina de la Serna llama a la temporada 1988 “una temporada abortada”. Los domingos 17 y 24 de abril de ese año sonaron parches y metales en La México por última vez. Se desató entonces un conflicto entre la propiedad de la plaza (los hermanos Moisés y Antonio Cosío desde la muerte de su padre en 1983) y Alfonso Gaona. Los diretes en torno a la vigencia del contrato de arrendamiento escalaron a un conflicto legal ventilado por medio de la prensa. A juicio de Medina, la situación era por demás sospechosa en tanto que “hubiera bastado [con] que el poseedor de la razón exhibiera su contrato, cosa que nunca sucedió”[ii]. El 12 de junio se montó una corrida extraordinaria, iniciativa de la cigarrera Raleigh. Un mano a mano entre Eloy Cavazos y José María Manzanares, muy polémico en dado que los toros de Teófilo Gómez resultaron manipulados de los pitones. Después de esto, el coso echó el candado sin esperanzas de reanudar las corridas pronto.
Todavía entonces existía una afición enorme, militante y comprometida con su espectáculo, que, aunque lo minimice Daniel Medina, seguramente influyó en alguna medida para que el gobierno de la ciudad asumiera la reanudación de las corridas como una cuestión de estado. No olvidemos que en 1996 se desató un conflicto de características similares en el Frontón México, otro inmueble propiedad de la familia Cosío, y nadie intervino para destrabarlo durante veinte largos años. Total, que para el 5 de febrero de 1989, se devolvió simbólicamente la plaza a la afición, que montó una corrida de carretilla a manera de protesta, a la vez que se oficializaba la aparición de un patronato, interino y manejado por el DDF, para reabrir la Monumental.
El 28 de mayo se verificó la reinauguración de la Plaza México totalmente remozada. La afición capitalina hizo gala de músculo, y llenó el coso más grande del mundo hasta las lámparas, dejando toda clase de anécdotas sobre las hazañas que realizaron aquellos aferrados que lograron ocupar una de las cuarenta y cinco mil localidades. El gran Manolo Martínez fue maltratado por las multitudes, que entronizaron a David Silveti, hasta entonces excluido de La México por el doctor Gaona, como el rey David. En esa efervescencia, continuaron 28 novilladas en cuatro meses, y la Temporada Grande, ahora sí de noviembre a abril, con 22 corridas. Conformaban el Patronato Jesús Arroyo, Joselito Huerta, y Eduardo Azcué.
Sobre la figura de Alfonso Gaona recaen posturas contradictorias. Tuvo detractores cabales, como Daniel Medina de la Serna. Enrique Guarner sentenciaba: “no podíamos explicarnos lo ocurrido a lo largo del decenio de los ochenta. La actitud caprichosa de una persona había dado al traste con el espectáculo, de tal manera que los toros ya casi no existían”[iii]. Sin embargo, y a la luz del devenir de las corridas en México, la figura del doctor se ha revaluado en varios espacios. Para Xavier González Fisher, ni sus contemporáneos ni sus sucesores le han podido a la responsabilidad de manejar el coso, y al hacer empresa de plaza cerrada “le dio las pausas necesarias a la actividad que realizaba”[iv].
Pienso que, con su retirada, la fiesta en la capital tomó aire y abandonó el camino a la desaparición a la que estaba dirigida por inanición. Por otra parte, el desolador hecho de que ningún novillero haya tumbado un rabo en treinta y tres largos años, desde la última época de Gaona, habla de una forma de hacer las cosas ya extinta, y que hasta el final consiguió entradones echando mano de novilleros mexicanos, sembrando futuro. Actualmente, ni esperanzas de que ninguno cubra un tercio del aforo, a no ser, quizás, que aparezca alguno venido de Marte, o Jupiter.
Libres de todo compromiso, los dueños de la plaza optaron por rentarle la plaza a Televisa, el imperio de medios mexicano. En una primera etapa, estuvieron al frente de los negocios taurinos el veterano cronista y ejecutivo del consorcio de Chapultepec 18 Aurelio Pérez Villamelón, y como cara de la empresa el matador capitalino Curro Leal.Pero el hombre fuerte de la empresa fue, por muchos años, Miguel Alemán Magnani, tercero de la célebre saga iniciada por el consabido expresidente, y entonces socio de la mentada televisora. En 1993, tomó la sustitución de Leal en la labor de recibir y recetar catorrazos el inefable doctor Rafael Herrerías Olea y su espíritu de ave de las tempestades, a tono con su devoción por los toreros de Monterrey.
Con esta empresa, llamada Alfaga antes de utilizar otros avatares, comenzaría la etapa neoliberal en la empresa taurina, con sus tremendos contrastes y claroscuros. Para hablar de lo positivo, sobresale lo respectivo al tema en cuestión de estos textos, puesto que la Plaza México experimentó un dilatado periodo de constancia. Respaldada por un capital firme, aumentaron los festejos y vino a menos la incertidumbre sobre la continuidad de la fiesta; abundaron las oportunidades, y creció la difusión mediática de los toros.
En contraparte, la empresa representada por Herrerías puso un empeño notable en construirse enemigos por todas partes, no sin razón en ocasiones, pero asegurándose siempre de protagonizar escándalos y declaraciones de criterio cuando menos cuestionable. Su objetivo favorito fueron las autoridades y el aparato regulatorio de las corridas en la ciudad, mismo que a la postre lograron desmantelar, con nefastos resultados para todos los involucrados en la fiesta. Envueltos en la bandera de la autorregulación, nunca se tentaron el corazón para señalar en cualquier parte al culpable de sus fracasos cotidianos, mientras que los propios errores se ocultaron poco a poco bajo una gruesa capa de opacidad y autocomplacencia.
Además de vístima permanente, el doctor se asumió como el intérprete infalible de la opinión de las masas, traducidas en sus pretendidos intereses empresariales. No obstante que la plaza estuviera cada vez más vacía, apenas en contadísimas ocasiones cedieron crédito a cualquier muestra de inconformidad o disentimiento, tachando usualmente, lo mismo a aficionados en los tendidos que a otros actores de la fiesta, como ingratos conspiradores en su contra. Arremetieron también contra los sindicatos de toreros y subalternos, doblegando a unos y tratando de reventar a los otros. Las cargas también fueron constantes contra la otra empresa importante, Espectáculos Taurinos de México de Alberto Bailleres.
Cabe destacar la notoria inversión de la fórmula a partir de entonces. El año taurino 1989-90 fue apenas el primero de todos en los cuales se ofrecieron las dos temporadas en el que la cantidad de corridas de toros superó al de novilladas, una excepción que se volvió la regla (incluyendo las temporadas más largas habidas), y que con el tiempo se ha recrudecido. Los resultados están a la vista de quien quiera poner atención.
¿Se creó una sobreoferta de corridas de toros? Buen momento para traer a colación lo siguiente. La plaza del Toreo de Cuatro Caminos, antaño competencia y complemento de la Monumental de México, reabrió sus puertas como plaza de toros en 1994, después de 25 años. Ni Eloy Cavazos, José María Manzanares, o José Miguel Arroyo consiguieron agotar el papel. Reconfigurado como un faraónico local multiusos techado y equipado con toda clase de extravagancias, engullido por un urbanismo atroz que le hizo punto de referencia para el transporte público, y urgido de toda clase de adecuaciones para funcionar como plaza de toros, fue rechazado por la afición al igual que el Palacio de los Deportes. Las diez corridas ofrecidas en 1996, más discretas y evitando la confrontación con La México, fueron las últimas que ofreció el Toreo. Fracasado el negocio de los toros, y habiéndose transformado el de la lucha libre (intervenido también por Televisa), la suerte estaba echada para aquella plaza, cuyos centenarios fierros fueron derrumbados en 2008.
Los años de bonanza, a pesar de la efervescencia noventera, se habían quedado muy atrás. Pienso que la viabilidad de las dos plazas durante casi treinta años se debió al errático funcionamiento de la otra. Es decir, aquello de que ambos cosos estaban llenos el mismo día y a la misma hora, habrá ocurrido en alguna ocasión aislada; pero, en realidad, cada coso entraba al quite cuando al otro lo ahogaban los problemas para dar toros que hemos revisado en estos textos. No existiendo ya esas condiciones durante la administración de Alfaga en La México, El Toreo no tuvo oportunidad de mantenerse a flote. En resumen, la sobreoferta le dio la puntilla a una de las dos plazas. ¿La México también corre peligro por ello? Analicémoslo en nuestra próxima entrega.
[i]Guarner, Enrique, “Atraco sin recortes en el Palacio de los Deportes”, en Novedades, 5 de diciembre de 1987, pp. d-1, d-5. Consultado el 13 de diciembre del 2020 en http://drguarnerenriqueoficial.com/assets/542.pdf
[ii]Medina de la Serna, Daniel, en Plaza México: Historia de una cincuentona monumental, México, Bibliófilos Taurinos de México, 1996, v.3, p. 695.
[iii]Gaurner, Enrique, “Fue triunfal la corrida inaugural”, en Novedades, 21 de noviembre de 1989, s/p. Consultado el 11 de diciembre del 2020 en http://drguarnerenriqueoficial.com/assets/652.pdf
[iv]González Fisher, Xavier, “Alfonso Gaona, el único empresario que le ha podido a la Plaza México”, en La Aldea de Tauro, 4 de enero del 2009. Consultado el 13 de diciembre del 2020 en https://laaldeadetauro.blogspot.com/2009/01/alfonso-gaona-el-nico-empresario-que-le.html