Por Jorge Eduardo - México
La dejamos la vez pasada por ay del vigésimo aniversario del coso.
Diversiones y Espectáculos de México, encabezada por Alejo Peralta, colocó al frente del negocio al cubano Ángel Vázquez. Ambos destacaban en el beisbol, y como tal trataron de manejar la fiesta. Dada la incompatibilidad del formato de pagar a los toreros un sueldo mensual a cambio de actuar exclusivamente para esa empresa y las prácticas explotadoras de los empresarios de la pelota, no consiguieron más que la guerra, especialmente con el recién emergido Manolo Martínez. Eran los tiempos de El Cordobés, que pasó brevemente por la Plaza México.Para 1970, ya con Alberto Bailleres liderando el consorcio, Vázquez salió del panorama taurino. Diez años después abandonaría también el beisbol nacional como consecuencia del conflicto laboral que enfrentó como dueño de los Diablos Rojos, encarnizados rivales de los Tigres de Peralta. Éste reventó el movimiento con toda alevosía y prepotencia, sosteniendo su cacicazgo intacto, pero pegándole un cornadón tremendo a la Liga Mexicana, del que sigue sangrando hasta hoy. Grandes hombres de negocios, sin duda.
En el camino, la televisión salió de las plazas de toros, una decisión que a la larga se ha demostrado mezquina, ratonera, y profundamente dañina para la tauromaquia. Al norte de la ciudad, la plaza del Toreo de Cuatro Caminos cerró sus puertas en 1969 para entrar en un faraónico proceso de remodelación que la tuvo en obra negra hasta mediados de los noventa, si es que lo vemos con ojos de amor, o por el resto de su existencia si le echamos mala leche. Durante los ochenta y noventa, la plaza cobijó, en condiciones de ínfima calidad, las funciones de Lucha Libre Internacional de Francisco Flores, Carlos Máynez, y los luchadores independientes. Pero contar esas otras glorias de sudor y sangre pertenece a otro espacio. Aquí lo que nos atañe es que, a partir de entonces, la Plaza México quedó como el único coso de primera categoría de la capital.
La gerencia de DEMSA recayó en el exitoso ganadero Javier Garfias de los Santos y después en el novillero en el retiro Carlos González, que ofreció la temporada 1975-76 atravesada por carteles de medio pelo “con tufo a novillada”, según la valoración de Daniel Medina de la Serna[i]. El 7 de abril de aquel año cerró la plaza, y la empresa anunció que se retiraba de la organización de corridas de toros en el Distrito Federal, acumulándose a partir de entonces un total de 312 días sin toros en el embudo de Mixcoac. Mientras tanto, el empresario Jaime de Haro ofreció una serie de ocho corridas en días seguidos en el Palacio de los Deportes, de la Ciudad Deportiva Magdalena Mixiuhca. El domo de cobre, obra de Felix Candela, fue el primer intento, fallido como los demás, de dar toros bajo techo en una plaza de primera categoría en la Ciudad de México.
En aquella feria televisada tomaron parte, además de Curro Rivera y Manuel Capetillo como figuras indiscutibles, Jesús Solórzano, Manolo Arruza, Cruz Flores, y Miguel Villanueva, además de los españoles Roberto Domínguez y Manuel Ruíz Manili. El reglamento de entonces, como el de ahora, consideraba como plaza de primera categoría a cualquiera que sobrepasara las diez mil localidades de aforo, obligando a los nuevos en la plaza de Mixiuhca a confirmar la alternativa, cosa que debieron volver a hacer posteriormente en la Plaza México. En fin, que hasta ahí quedó la primera etapa del Palacio de los Rebotes como coso taurino, pero habrá más.
En los mentideros, entre otros chismes, creció la versión de que la familia Cosío traería a un viejo conocido para reactivar la Plaza México. El doctor Alfonso Gaona retomó la gerencia de la Monumental el 30 de diciembre de 1976, y puso manos a la obra a partir del 13 de febrero de 1977. A la vera del célebre optometrista sobrevino una de las etapas más complicadas que atravesó nuestra plaza, por lo menos desde el punto de vista numérico. Para quienes no lo vivimos, es complicado ofrecer una lectura que compagine el entusiasmo de otros aficionados más veteranos al referirse a la fiesta de los años 80, con la decreciente cantidad de festejos que se ofrecieron, sobre todo en cuanto a corridas de toros. Tan solo en ese 1977 se ofrecieron apenas cinco corridas de raquítica temporada grande.
¿Será que la fiesta de toros estaba decayendo desde entonces como una diversión popular, o como un negocio? Factores externos hay de sobra para considerar una situación económica complicada, como la del propio país, que aún se enfrentaría a lo más crudo de la crisis a partir de 1982. A final de cuentas, la merma de festejos en comparación con los primeros veinte años de La México fue de apenas once corridas, mientras que se ofrecieron cien significativas novilladas menos. Hace falta un buen análisis de los factores internos del espectáculo, con otro tipo de fuentes; pero, por ahora, nos contentaremos con la opinión de Daniel Medina de la Serna. Según él, a partir de la temporada 1955-56, cuando el doctor Gaona no repitió más al triunfador Joselito Huerta y a la postre cerró la plaza, “se empezó a minar la grandeza de la fiesta en México”[ii]. El galeno empresario insistiría en los problemas económicos por otros treinta y cuatro largos años.
La primera tendencia sobresaliente fue el desfase de la temporada de corridas hasta salir de plano de sus fechas tradicionales. Desde de 1977, tan solo el serial mayor 1979-80 comenzó en el año viejo y remató en el siguiente, como fue la regla hasta entonces y lo ha sido después. Ya para entonces las corridas se internaban hasta los inhóspitos meses de mayo, junio, o hasta julio, tradicionalmente reservados para las novilladas (o para cerrar la plaza). En 1983 y 1986 el desfase fue absoluto, ofreciéndose trece corridas entre julio y octubre, y once entre abril y junio respectivamente. En cuanto al número de corridas, más o menos se mantuvieron al parejo de DEMSA los primeros años del doctor Gaona, ofreciendo entre 14 y 17.
La temporada chica pagó los platos rotos de un conflicto sindical con los subalternos en 1980. Por lo tanto, no hubo toros en 273 días, desde el 13 de abril de 1980. Sin mayores dramas se subsanó el pleito, y el 11 de enero de 1981 empezó la temporada de corridas. En 1982 hubo una ligera contracción de la temporada grande a 15 corridas, que para 1983 se volvieron trece. Por aquel tiempo surgió de entre las filas novilleriles la última gran figura del escalafón menor nacional: el lagunero Valente Arellano, quien tiró de la temporada 1983-84, que sumó 27 festejos ya adueñada de las fechas que siempre fueron de la temporada grande. En contraste, las filas de los doctores en tauromaquia perdieron al figurón Manolo Martínez en 1982. Arellano no concretaría el relevo, pues su vida se cegó el 4 de agosto de 1984 a los veinte años de edad, apenas convertido en matador de toros. Manolo, por su parte, volvió a los ruedos en 1987 para ya no volver a las alturas de antes.
Tan funesto panorama pareciera reflejarse en la triste cifra de las apenas tres corridas de toros que se ofrecieron en 1984, en las que dio la nota el agarrón que se dieron Eloy Cavazos y José María Manzanares. Al año de la crisis lo atravesaron 29 novilladas, en las que, por supuesto, hubo interés, tal como en los años posteriores. Jorge de Jesús El Glison, Pablo Curro Cruz, Manolo Sánchez, o Alberto Galindo El Geno, último novillero cortador de un rabo en el lejanísimo 1987, fueron algunos atisbos de figuras que acarrearon masas a La México pero no cuajaron, yéndoseles por delante, y eso a la postre de muchos años, Eulalio López El Zotoluco y Rafael Ortega, que tampoco tuvieron los recursos para tirar de la fiesta. Tal parece que con Valente se cortó el hilo del toreo, y éste no llegó más allá de David Silveti, Miguel Espinosa, y Jorge Gutiérrez.
En 1985, para acabarla de amolar, se iba de los toros Eloy Cavazos. No le duró mucho el ánimo de jubilación, pero igual se quitó del toro un tiempo. El vacío lo aprovechó, y de vaya forma, el salmantino Pedro Gutiérrez Moya El Niño de la Capea, que a partir de entonces se volvió uno de los grandes ídolos de todos los tiempos de esta plaza. Si me apuran, en cuanto a españoles, apenas por debajo de Manolete y Paco Camino, si no es que dándose un serio quienvive con el diestro camero. En 1986 quedó emplazado en la cumbre tras inmortalizar a Samurai de Begoña, para quien quisiera algo de él. No volvería, sin embargo, hasta 1989. Venían tiempos oscuros para la Plaza México, que ni la sombra martinista, que ya se asomaba por ahí, alcanzó a paliar.
En síntesis, factores internos y externos golpearon fuertemente a la Plaza México durante los años 80, alcanzando cuotas raquíticas en los años restantes de la década, que serán materia del siguiente texto. La desorganización, la falta de profesionalismo, el empresariado torpe y blandengue, y hasta la mala suerte jugaron en contra de la tradición taurina de la capital, que perdió una de sus dos plazas de toros, vio la otra reducida a su mínima expresión, y entró en un círculo vicioso de incapacidad de producir figuras para forjar su propio futuro. A más 30 años de distancia, y convertido el susodicho en círculo pusilánime, bien vale la pena preguntarse cómo llegamos aquí, y más que hacia dónde vamos, qué podemos hacer todavía nuestra pasión más grande en la vida: la fiesta brava.
Primera parte: http://antolincastro.opinionytoros.com/index.php/firmas-invitadas/309-cuantas-veces-se-ha-quedado-sin-toros-la-plaza-mexico-parte-1