Por Jorge Eduardo – México
Mientras que en España el parón obligado de actividades taurinas ha desatado un movimiento muy amplio y de alcances por comprobar, en México, y aún en pleno confinamiento, se han producido las opiniones y posturas más disparatadas buscando defender la fiesta de los toros.
No se ha partido de las preguntas básicas en este contexto: qué, cómo, cuándo, y por qué lo vamos a hacer, aunque la respuesta al cuestionamiento temporal deba suspenderse mientras no haya claridad sobre el reinicio de actividades. No, hemos saltado a un debate sobre el contenido sustancial del espectáculo que, en el corto plazo, no nos llevará absolutamente a ningún lado. Por el contrario, inaugurando el golpeteo respecto a estos aspectos le estamos haciendo el juego a los antitaurinos, cuya capacidad de hacer ruido parece disminuida.
Para qué esperar a que desplieguen sus posibilidades, si nosotros mismos podemos iniciar el fuego amigo. Ya desde antes se escucharon posturas simplonas, como la del Pollo Torres Landa, que aboga por suprimir el orden de antigüedad. Dicha propuesta es tan vacía como nulos serían sus beneficios, pues solo se debilitarían los mecanismos mediante los cuales se ha procurado una cierta equidad de circunstancias entre los espadas que alternan en las corridas. El discurso empresarial que insiste en las ataduras que impiden conformar carteles atractivos es también bastante hueco. Las figuras del toreo de hace 25 años no conservan su tirón taquillero como antaño, y bordean o sobrepasan el medio siglo de vida. No durarán para siempre, y si pretendemos que la tauromaquia les sobreviva, no podemos establecer políticas ad hoc para su situación actual. Si se desbarata la estructura de la corrida, ¿Qué vamos a hacer, por ejemplo, con Roca Rey, potencial tercer espada de casi cualquier cartel que se piense?
El que se voló la barda fue Julián Hamdan. Mucho se ha atacado al hombre y a su trayectoria como ganadero en vez de al argumento. Y cómo no, si detrás de cada toro que salta a la arena están las convicciones y los conceptos de la persona que pone su prestigio como sello de garantía, aunque algunos parecen contentarse con ejercitar su exhibicionismo a pesar de repetidos fracasos. En fin, que el sobrino de Pepe Chafick llamó a la fiesta "arcaica" y no acorde a los tiempos actuales. Renegó de la puya y la sangre que produce, así como de las banderillas y la reacción del toro al sentirlas. Sobre el último tercio, le calificó como "espectáculo fuerte", y le pareció sin sentido que toreros maten toros contra reloj. Llamó a "adelantarnos a los antitaurinos" y mostrarnos "renovados y con una imagen acorde a los tiempos".
¿Cómo no van a ser todo eso los festejos taurinos? Si, por ejemplo, en la inauguración de la temporada grande pasada, el innovador Hamdan mandó seis bolas de carne, llaménosles decorosas de lámina, pero sin que su aspecto asustara a nadie, cuyas toneladas rodaron por la arena en repetidas ocasiones. Cómo van a soportar la puya, si ya de antemano no pueden consigo mismos. Cómo no van a parecer los toreros verdugos anacrónicos cuando se ven en la penosa necesidad de despenar a punta de estoque a esos pobres animales apenas puestos en pie. Cómo no van a matar a contra reloj, si los bovinos éstos no conservan la energía necesaria para morir decorosamente, y los matadores tienen que jugar un vergonzoso tiro al blanco contra una mole apesadumbrada y moribunda. ¿Cómo no va a ser, pues, un espectáculo fuerte? Si el señor Hamdan cree que solo él puede hablar como antitaurino, se equivoca. Su toro trae a las corridas el lenguaje antitaurino, porque en eso sí que nos les hemos adelantado.
Sobre las propuestas. Una puya reducida a la mitad de sus dimensiones actuales no es nada nuevo. En España se utiliza una mucho más pequeña desde hace casi 30 años, así como un caballo cada vez más grande y especializado. ¿Las condiciones aquí son adecuadas para ello? La puya pequeña obliga a que el toro entre dos veces al caballo, a tono con la exigencia de muchos públicos ibéricos. ¿El público aquí quiere ver picar? En una de esas, tratando de adecuarnos, entramos en contraposición con el villamelonaje que puebla nuestras plazas. ¿Con qué picadores y toreros contamos para revivir el tercio de quites y hacer la labor pedagógica de educar al público en la importancia del primer tercio? Lamento decirlo, pero puedo contar con los dedos de una mano a los toreros que sacan al toro del caballo en su turno, y no digamos a los que aprovechan para lucirse. Además, con puya chica o grande, la sangre es exactamente igual. Y lo que es más grave, si la reingeniería falla estará en peligro la diversidad ganadera, sobre todo aquellos hierros que muestren más bravura. Nadie los querrá matar (de por sí), y de una fiesta con puros toros de Julián Hamdan, sería yo el primer desertor.
Sobre la muerte descansa toda la fiesta brava. Sin la muerte del toro (y la del torero), la de los toros es una fiesta mediocre, intrascendental, un ballet. No quiero decir que los profesionales del ballet sean mediocres o intrascendentes, sino que volver ballet lo que no lo es, sí que lo sería. La muerte del animal al que ponemos tanta atención es la cumbre de esa alegoría del ciclo vital, de la renovación permanente de la naturaleza contra la continuidad de la condición humana. Recortar eso sería banalizar la tauromaquia. Si le quitamos a los toreros la obligación de matar a los toros como debe ser, no tardará en llegar el que pinche a propósito en las oportunidades que le conceda el nuevo reglamento. Después vendrán sus imitadores, y será un grupo reducido el que haga la suerte. Pronto estará desechada la "suerte suprema", y la fiesta será una pantomima. Una fiesta donde no haya que perderle la cara al toro en el momento de máxima cercanía con sus pitones, una fiesta, pues, donde los toreros no se jueguen la vida.
Eduardo Martínez Urquidi, un ganadero con mucha más estatura taurina para abordar estos temas escabrosos, también ofreció su análisis. Muy interesante y muy acertado, pero desde mi punto de vista con un toque autocomplaciente, que evita reconocer que también el contenido de este espectáculo es decadente, probablemente lo más decadente de todo.
Tenemos que ser conscientes de que pretender reformas sobre los toros no es tan sencillo como en otros espectáculos, por el simple hecho de que no existe un órgano que regularice a la tauromaquia. El contenido del espectáculo depende del gobierno a nivel municipal donde quiera que se presenten corridas de toros. Eso implica que para modificar los reglamentos es necesario abrir 32 frentes de batalla legislativos, que sin ninguna necesidad convertiremos en escenarios de luchas de poderes con los cabilderos antitaurinos. ¿Tenemos una organización lo suficientemente fuerte y amplia? ¿Tenemos la capacidad de emprender y ganar en todos esos escenarios? ¿TMX es lo suficientemente fuerte a estas alturas de su trayectoria? ¿Contamos con el respaldo y sobre todo con la acción decidida del licenciado Bailleres y su tremendo poder, del ingeniero Guadiana, de Pedro Haces, y de todo quien pueda ganar voluntades? Seamos serios: si no se ha tumbado la prohibición en Coahuila, tan taurina y con representantes federales empresarios taurinos, ¿Qué nos hace pensar que podremos ganar en todos los congresos en las condiciones actuales?
En conclusión, este NO es el momento para meternos en apreturas. Es adecuado plantear cuáles serán las maniobras para salir avantes de esta situación tan complicada, dentro del marco normativo con el que contamos. Es necesaria una organización a gran escala que pueda proponer proyectos amplios en el poder legislativo federal para, entonces sí, modificar lo que sea considere prudente después de un largo proceso de acuerdos entre todo el entorno de la fiesta. Se podría pensar, por ejemplo, en retirar la regulación de las corridas de las manos municipales, ya sea para instaurar un órgano federal, o para diseñar un ente regulatorio a manera de las federaciones deportivas. Se podría unir fuerzas con otros espectáculos que son patrimoniales de todos los mexicanos, y que necesitan de sobremanera un golpe de timón en el formato de su regulación, como la lucha libre, los jaripeos, y las peleas de gallos. En fin, cualquier cosa, pero mientras sigamos en las garras de la banda de analfabetos que infestan los congresos locales en México, hablar sobre modificaciones tan profundas a la tauromaquia, será fuego amigo y patear el avispero.
Posdata. ¿Modificaciones a la fiesta? Primero veámonos de dientes para adentro. ¿Tenemos la infraestructura y el profesionalismo para devolver toros a diestra y siniestra porque pincharon dos veces? ¿Las instalaciones? ¿Hay las condiciones para sacrificar animales en las dependencias de las plazas de toros con dignidad? ¿Cómo se encuentran los rastros, hay alguna certificación? ¿O nos vamos a modernizar nomás por donde ve la suegra? Si usted conoce la respuesta, le aseguro que está igual de preocupado que yo. Si no la conoce, ni modo.