Por Jorge Eduardo - México
Piedras Negras. Punto y aparte. El último reducto de la ansiada bravura a la mexicana.
Es inconcebible que el ganado tenga enemigos, pero los tiene. No faltarán ahora mismo los que harán hilarantes textos sobre la corrida, apenas tan de mal gusto y tan ridículos como su propia estupidez taurina. Serán guiados por el fanatismo, tal y como aquellos que, más afines a la postura de este escrito, pretendan tapar cualquier defecto de los toros tlaxcaltecas. Digámoslo sin pelos en la lengua: a Piedras Negras le salieron tres toros bravos y encastados, dos más flojos y castigados de más, y uno malo. En conclusión, una corrida como podría echar cualquier ganadero, por lo que el entusiasmo que practicamos (y seguiremos practicando irremediablemente) los aficionados, y el pánico y la animadversión en las que insisten la torería y sus paleros, son exageraciones.
No obstante, el grado de emoción y exigencia en el ruedo aumenta. El ansidado ganado piedrenegrino, en sus mejores momentos de exigencia, no permite lugar a dudas. Destapan al torero que adolece de firmeza, de técnica, de preparación, y de la torería necesaria para salirle a una corrida de toros con toda la percha. Aún peor (para sus detractores) puede salir el bravo y bueno, al que hace falta poder y templar para lucir. El que impide las poses bonitas y el toreo de oropel, al que hay que poder para que la plaza no rompa en severa rechifla, o, gracias a los laxos aplaudidores de la sombra, en división de opiniones. Hoy se conjuntaron la severidad de la plaza sobre un espada de escasas posibilidades taurinas, y la inadecuada valoración sobre el ganado de una plaza sin rumbo, puesto que aunque Siglo y Medio fue un toro sobresaliente, no alcanzó la cuota extraordinaria necesaria para merecer el indulto.
Así o más abajo la cabeza del toro, y ni siquiera es el del indulto
Y es que Gerardo Rivera puso su mejor esfuerzo ante un toro consagratorio, sexto de la noche, contrastante con los bravos y exigentes abreplaza y segundo de la tarde, pero que completó la triada bendita de la emoción en la plaza. No obstante, el tlaxcalteca erró en ponerse en la distancia, templar, y correr la mano sabroso, permitiendo ver al toro a cabalidad, pero sobre todo, consagrarse en la lidia del ganado madre de la cabaña brava mexicana. Así, pues, una faena con pasajes emocionantes vino a menos entre la aceleración y el descontrol de un espada que nunca antes se sintió tan cómodo frente a un astado, ni tuvo la oportunidad de lucirse como torero. Fracaso total, desperdicio, y desagradable rechifla del tendido. A la salida, la opinión unánime: el toro, si es que lo merecía, se indultó solo. Lástima por Gerardo. Con el tercero hubo esperanzas, pero le mataron al toro en el caballo.
Volvamos al resto de la corrida. Qué buenos toros fueron el primero y el segundo de la tarde, aquel más pastueño y entregado, pero con el nervio del toro al que hay que poderle a cabalidad. Éste, bravo, duro, difícil, indómito, complicado para un matador cuyos alcances no sobrepasan lo de mostrar valor y disposición. Difícil tarde de El Chihuahua, que apenas y convence al público festivalero, pero que se muestra falto de recursos para poderle y sacarle provecho al toro bravo. En sus dos tercios de banderillas, pero sobre todo con el tremendo segundo de la tarde, no se puede pasar por alto el valor de Antonio. Con el capote sobresalió incluso un manojo de bellas verónicas al quinto, pero el concepto pueblerino y heterodoxo del norteño no tiene sitio ante el toro-toro ni ante la afición capitalina, que le apretó justificadamente.
Antonio García debería preguntarse cuánto de su concepto y de su técnica retoma a Ponciano, a Reverte Mexicano, a Gaona, a Juan Silveti, a Luis Freg, a Armillita, Balderas, Solorzano, Pepe Ortíz, Felix Guzmán, Carnicerito de México (sobre todo con las banderillas), Liceaga, Garza, Heriberto Gaecia, Rafael Osorno, El Soldado, Procuna, Briones, Silverio, Arruza, Fermín Rivera, Velázquez, Capetillo, Rodríguez, Córdoba, El Torero de Canela, Huerta, Leal, Martínez, Silveti II, Cavazos, Curro, Lomelín, Ramos, los hermanos Capetillo, Miguel Armilla, El rey David, Gutiérrez, Arellano, y un largo etcétera. Mientras tanto, seguirá como copia de cierto banderillero español de cortos alcances taurinos. Una aburrición absoluta.
José Luis Angelino fue una decepción fuerte, a pesar de que en el papel aparecía como el torero que tal vez, y solo tal vez, pudiera exhibirse más poderoso frente a los de la divisa rojo y negro. Al abreplaza, un precio cárdeno delantero de cuerna, le pegó dos buenas series de muletazos por ambos pitones, antes de trastabillar en la cara del toro y venir definitivamente a menos. Con el cuarto toro, otro acabado en la vara, se excedió de poses y desplantes en un trasteo insulso y aburrido. Tuvo problemas para matar toda la tarde. Otra lástima.
En conclusión, y tras dos corridas en cuatro años, está a la vista que los toros de Piedras Negras no se comen a nadie. Simplemente exigen toreros firmes y valientes que ejecuten una técnica adecuada para someter a los bureles, que cuenten con el don del temple para alargar el brazo, y cuya cuadrilla pique al toro que salió por toriles, y no al hierro al que le tienen tanta tirria. Poca cosa en el imperio del vedettismo de los que pueden, y de la falta de sitio y manifiesta incapacidad taurina del resto. Así las cosas, seguiremos viendo chiquillos nuevos desbordados por toros de bandera cuando se lidie Piedras Negras, y seguiremos padeciendo a una afición extraviada que insista en indultar a cualquier toro que esté por encima de su matador. Mala cosa.
Valga este último párrafo para felicitar, en tono de festejo, a Marco Antonio González, y a todos los criadores tlaxcaltecas de esa dignísima estirpe. Enhorabuena, ganadero, porque más allá de que si toreros sí o no, o que si el indulto era o no era, hubo bravura en el ruedo de La México. Y qué mejor bravura que la del hierro consentido, de la divisa rojo y negro de Piedras Negras. A llorar como plañideras, haters.
Foto: LaPlazaMexico