Por Jorge Eduardo - México
La Monumental Plaza México despertó finalmente de su letargo. Sonoras broncas de desataron desde la muerte del cuarto toro de la Corrida Guadalupana, hasta la salida de los toreros de la plaza.
El detonante no fue el trapío de los astados, que aparentaban la edad y el peso anunciados. En cambio, lo fue la mansedumbre manifiesta del ganado de Begoña, propiedad de don Alberto Bailleres González, quién prácticamente monopoliza la organización de corridas de toros en las plazas importantes de México, y quién rige los destinos del coso capitalino desde 2016.
Para nadie es un secreto que la Temporada Grande presente ha adolecido de momentos importantes. Apenas a cuenta gotas han fluido los detalles, puesto que ni la calidad ni la emoción han sido el común denominador en los festejos. No es ninguna novedad: desde que la administración anterior tomó a la Plaza México sana, fuerte, vigorosa, retacada de público, y con un puñado de toreros mexicanos de los cuales echar mano permanentemente, todo ha sido decadencia. Tal y como se suele decir para la situación económica del país, habemos toda una generación de aficionados taurinos formados en crisis. Son ya 26 años.
¿A alguien le cabe la menor duda de que Alberto Bailleres y Javier Sordo Madaleno son grandes ganaderos, grandes aficionados, y grandes empresarios? ¿Alguien duda de su capacidad, sus recursos, y sus medios para montar un espectáculo de primera categoría? Quien tenga dudas, bien puede preguntar en Guadalajara, dónde recién en las fiestas de octubre, el empresario Bailleres le compró un corridón de toros al ganadero Sordo, que le valió la ovación del público del Nuevo Progreso. Hubo trapío, bravura, emoción, y calidad. Acá, mientras tanto, en tardes consecutivas alternaron uno y otro como ganaderos, con resultados alarmantes. Lo de Xajay ya lo reseñamos con anterioridad.
Lo de Begoña, qué decir. Quizás vendría bien recordar que San Miguel de Mimiahuapam y Begoña estaban materialmente vetados de la Plaza México desde 1997. Extrañamente, a partir de 2016, Tauroplaza México, que encabeza el señor Bailleres, asumió y prolongó la política del doctor Herrerías. Aún cuando el antaño pleito entre empresas llevaba un muy buen tiempo diluido, e incluso a pesar de la desaparición del otro grupo empresarial, los hierros de Alberto Bailleres se mantuvieron fuera de la Plaza México. Hasta el momento, la divisa de Mimiahuapam continúa acumulando temporadas sin venir. ¿Será que los criadores se olían un potencial fracaso de antemano?
Tardes buenas y tardes malas. Aunque muy difícilmente el juego de sus toros podría sorprender totalmente a cualquier ganadero, sabemos que el elemento animal es incontrolable. En virtud de ello, cualquier ganadero del mundo puede tener una mala tarde, y hasta le puede salir un manso de solemnidad. Es parte de los imponderables de la fiesta brava. Por mucho que moleste al respetable, lo cierto es que un toro de banderillas negras no es motivo para linchar a nadie. Se le ponen las banderillas negras, se lidia, se estoquea, pitos en el arrastre, y pare usted de contar. En una de esas, una muleta capaz puede apuntarse un meritorio éxito frente a un manso. Pero son las condiciones de lo que está ocurriendo en México las que tuercen todo hasta el grado del magno escándalo del guadalupano jueves pasado.
Antes de profundizar en las razones, insistamos en lo procesal. La primera piedra del desbarajuste la arrojó Jorge Ramos desde el palco, aflojando una orejita de marras digna de cualquier tinglado de fiesta patronal. Sergio Flores tuvo que devolver el apéndice a sabiendas de que su trasteo sobre pies y a toda velocidad provocó una reacción muy tibia en el tendido, y su oreja un sonoro abucheo. Hasta ahí, una situación remontable.
Posteriormente, el señor Roca Rey, que no pudo entender ni templar en ningún momento al segundo de la tarde, mandó a su piquero a aventarse sobre el manso quinto con todo y caballo. El señor juez Ramos trató de abrir la megafonía para anunciar la multa al irrespetuoso picador español, y nunca lo logró. ¿Falla técnica o plan con maña? Después se dedicó a hacer ademanes y gestos en la cara del toro frente a un público ya muy irritado, que no se lo tomó a bien. Una más del peruano, al que por algún motivo la Plaza México le inspiran unas ganas tremendas de irse pronto.
Sexto de la tarde. El acabose. Un manso de libro, desentendido de cites y engaños. Un corredor de maratón que se llevó varios refilonasos, pero ningún puyazo. Ramos intentó de nuevo anunciar al público, sin que fuera audible en el tendido, que se pondrían banderillas negras en vez de las de lujo con la divisa verde y oro que se colocaron el resto de la función. Aparecieron los ignomiosos garapullos, un par que les costó mucho poner. Después, otro par de banderillas blancas, un verdadero desbarajuste. Ahí tronó la Plaza México, que sin ninguna misericordia exigió el tercer par de banderillas negras.
Esta cadena de condiciones impropias de una corrida de toros en una plaza de primera que desembocó en un broncón: un sistema de audio en malas condiciones que impidió anunciar a la afición que se pondrían banderillas negras, una autoridad incapaz de imponer sus decisiones, unos pares de banderillas negras antediluvianos que tenían todo el tiempo del mundo en la plaza, sin que la empresa que los proporciona, ni la autoridad que supervisa las banderillas tarde tras tarde repararan en su mal estado. En consecuencia, los toreros y los monosabios que entregan las banderillas se encontraron en un aprieto, cuando ni ellos ni los que pagaron un boleto deberían atravesar ningún inconveniente para ofrecer y recibir un espectáculo conforme a reglamento.
Faltaba lo peor: la devolución del burel después de banderilleado. Una vez más, no hubo sonido que anunciara lo que estaba por pasar. Un desastre, no solo antirreglamentario, sino además antitaurino, porque los toros mansos se lidian y se matan a estoque, gústele a quien le guste. ¿Quien dió la orden real de que el juez se retractara? En fin, que Jorge Ramos fue generoso filántropo, autoridad desacatada, y tapadera de quién sabe quién. Digno de la cantinota más grande del mundo, que ahora sí, no se aguantó. Salió un sexto bis muy mal presentado en comparación con el resto de sus hermanos, y manso para no variar. Vaya ocurrencia de ponerle Amoroso, como aquel que indultara Manolo Martínez, no mucho mejor presentado por cierto. Las segundas partes nunca fueron buenas. Luis David Adame fue mero espectador de este numerito, aunque puso de su parte haciéndose pato en el burladero de matadores.
Salvo por el ganadero, nadie debería alarmarse porque salgan dos o tres toros mansos de cuando en cuando, traigan el hierro que traigan en la paleta. Lo que es motivo de pánico es el descastamiento, el descafeinamiento, y la parodización sistemática de las corridas de toros en la Plaza México. Esta vez, un público más enterado que el de otras ocasiones, que cubrió menos de medio aforo, le cobró al señor Bailleres la postura de sostenerse en las formas de lo que antes hizo el doctor Herrerías. Ese fue el verdadero detonante, el hartazgo de una afición que observa con tristeza como su espectáculo favorito, su herencia, su cultura, su pertenencia, y su validez como grupo conformado en torno al mismo sistema de creencias se le escapa entre las manos. La promesa de mejoría que significó su llegada al coso se aleja poco a poco y sin remedio, tal vez con consecuencias fatales para el embudo de Insurgentes.
Amigo aficionado: tienes la última palabra. La única reversa a la degradación sistemática y dirigida de tu espectáculo favorito, es tu protesta firme, sistemática, y generalizada junto con tu grupo de amigos. Ni a Madrid, ni a Sevilla, ni a Pamplona, ni a Bogotá, ni a Guadalajara, ni a las plazas francesas las sostiene en su sitio ninguna autoridad, que por lo demás en varios de estos sitios son contrarias a las corridas de toros. Lo que las sostiene como plazas de categoría son sus aficionados entendidos y militantes, ya sean más ruidosos como en Madrid, o solemnes con sus lapidarias palmas de tango como en Sevilla, o simplemente una turba cuyos límites es mejor no retar, como en Pamplona. No lo dejes para mañana, ni esperes a que lo haga alguien más, tal vez sea demasiado tarde para nuestra Plaza México.
Foto: Jaime Oaxaca