Por Jorge Eduardo - México
La tarde del pasado domingo, quinta corrida de la Temporada Grande 2019-20, resultó por demás explicativa.
Apareció la casta en el ruedo por vez primera en el serial, lo mismo con los ejemplares de la ganadería titular de Reyes Huerta, que con el de Jaral de Peñas que hizo cuarto de la maratónica función. El juego de los saltillos de aquel hierro fue mucho muy interesante, ganado muy finamente cortado, más bien discretos de presencia, cortos de caja y no muy sobrados de musculatura, aunque los hubo serios por delante y enmorrillados, honrando su origen San Mateo.
Los dos primeros astados del encierro fueron ideales para que viesemos a dos punteros de la torería española en plenitud de facultades, toros encastados, que embestían con nervio y desarrollaron cierto sentido en la medida en que fueron mejor o peor lidiados. El cárdeno abreplaza le provocó un mal rato a Pablo Aguado, que lució sin recursos y sin sitio para hacer frente a un toro al que había que ahormarle la cabeza y meterlo en la muleta. Fiero, buscando el engaño, rematando hacia arriba en su ímpetu por coger. Por ahí hubo alguna colada, algún extraño, definitivamente de lo mejor que se ha lidiado en la temporada. El confirmante estuvo extraviado, precavido, indeciso, errado en sus procedimientos, esperando el momento estético que, sabíamos de antemano, no llegaría. Con las espadas montó un mitin y se tapó entre pitos.
¿Pudo Enrique Ponce con el encastado segundo de la tarde? Al inicio de la faena parecía que veríamos el cante grande del maestro valenciano dado el buen inicio andando hacia los medios, pero no fue así. El bonito aldinegro se vino arriba en el transcurso del último tercio, le ganó terreno a su matador e hizo por hallarlo. Sentido en vez de bobura, bravura en vez de nobleza. Ponce, el de los casi 30 años de alternativa, el de los cuatro mil y pico de toros matados, se vio incomodado por el viento y decidió no hacer más por someter a un toro bravo mexicano. Uno que hizo ver lejos a aquel especialista en los torazos de Samuel Flores que se adueñó de la cima del toreo. ¿Será que las facultades ya menguaron? Con el áspero quinto dió la impresión de que a Ponce le urgía montarse al Iberia de una vez por todas.
Joselito Adame se llevó el gato al agua con un definitivo mal sabor de boca. El aguascalentense ha volteado la cara a su potencial como torero. En cambio ha montado todo un número preparado con exactitud para enardecer a los miles de borrachos que pueblan nuestras plazas de toros. Desde el show del brindis al público y el subalterno que voltea la montera, hasta el toreo efectista y sobrecargado de toda clase de exageraciones en el cite, en la postura, en la colocación, en los desplantes, en los gestos. La sobreactuación y la antinaturalidad pasan por entrega y personalidad para el ojo poco entrenado, y Adame prefiere anteponer eso sobre su sólida trayectoria taurina. Ahora mismo le está funcionando en la Plaza México, de cara a una afición que a todas luces está pasando por horas bajas.
En esta ocasión, se sucedieron dos faenas inconsistentes del hidrocálido, con buenos apuntes y algunas tandas serias alternadas con auténticas cacofonías taurinas. El primero de su lote fue un toro de bandera, mal presentado por feo, de Jaral de Peñas, que traía el rabo colgado un alfiler. Joselito le cortó una oreja protestada tras un buen descabello. El séptimo fue un toro más noble y dulzón, con el que Adame se dedicó a hacer el numerito, y tras estocada defectuosa y descabello cortó dos orejas para sonrojarse.
Fabián Barba por fin tuvo su lugar en un cartel importante. No parece el mejor momento del matador, que en más de una ocasión nos ha convencido con su entrega, su valentía, y su firmeza. En esta ocasión lució oficioso pero insulso, primero con un berrendo mansito, pero con posibilidades. Con el sexto Fabián estuvo en la misma tónica, y la gente se desesperó. ¿Será el último tren?
El balance final es desalentador. Ni el esperadísimo Pablo Aguado, ni el maestro Ponce, ni el siempre pundonoroso Fabián Barba pudieron sobreponerse a la casta y al nervio de Reyes Huerta. Adame, por su parte, claudicó en hacer el mejor toreo como fin en sí mismo, sino como medio para algo más. ¿Cuál será el objetivo? ¿Cortar orejas? No son más que retazos de toro. ¿Volverse millonario? Sería más fácil invertir en bienes raíces, o en el mercado de valores. ¿Ser famoso? Sin duda sería más eficaz lanzarse como youtuber. ¿Hacer el toreo como ejercicio emocional profundo y trascendente válido por sí mismo? ¿Llenar la Plaza México y revivir la fiesta brava? Me entristece decirlo, pero lo dudo. Ahora todo tiene sentido, vemos corridas malas porque la casta es el enemigo.
Foto: LaPlazaMexico