Por Jorge Eduardo - México
Llegamos a la cuarta parte del derecho de apartado. Apenas ahora la temporada dio visos de un espectáculo taurino de mayores vuelos, gracias a los emocionantes pasajes en las actuaciones de Juan Pablo Sánchez y Ginés Marín.
Además ganó el espectáculo en seriedad con la negativa del juez Enrique Braun de regalar una oreja muy solicitada en el cuarto de la tarde. No obstante, la huella de la duda rondó al ganado una vez más, debido a lo desproporcionado del ganado entre cabeza y cuerpo, y a cierta sospecha sobre sus defensas. También cabe señalar lo bien presentado de los que hicieron quinto y sexto lugar de la lidia.
Sin embargo, el entorno de la Plaza México sigue quedándose a deber a gran escala como plaza de primera categoría. La autoridad puede tener un buen día, pero no hay un esfuerzo sistemático para imponer rigor desde el palco, sobre todo en lo que respecta a la presentación e integridad del ganado. La empresa se desenvuelve en un círculo vicioso de clientelismo entre poderosos que ya hemos descrito en este espacio, y que complica la mejor oferta posible que sin duda pueden ofrecer los promotores taurinos. La afición capitalina es aculturada y complaciente, feliz de recibir favorcitos, dadivitas, y gestos cursis. Los ganaderos devalúan su propio trabajo y esfuerzo enviando corridas impropias para un coso que se jacta de ser el primero de la América taurina, tanto en presencia como en juego, y aunque el toro no tenga palabra de honor, saben de antemano que su trabajo de selección difícilmente sustentará un espectáculo emocionante. Los toreros, y sobre todo los mexicanos, cómodamente arropados por los consorcios taurinos, reaparecen una y otra vez en nuestro coso, arriesgando poco, entregándose poco, y apostando por la continuidad de lo mismo.
Todos estos estamentos de la fiesta bien podrían dar el paso adelante para orillar a una transformación en las corridas de toros en México, y sin embargo nadie lo hace. De los profesionales de la fiesta es comprensible, finalmente sus intereses económicos son tan válidos como los de cualquier otro profesional o empresa, y nadie tiene puede ordenarles qué hacer con su dinero o su trabajo. Pero la modorra, la inmovilidad, y la autocompasión del aficionado capitalino es inexplicable. Medio mundo se organiza para montar auténticas fiestas particulares en los tendidos, pero no se divisa en el horizonte la intención de concertar los mecanismos para exigir la garantía de los intereses propios por parte de las autoridades, y el montaje de un espectáculo digno por parte de los profesionales y la empresa. A todo mundo le encanta largar en redes sociales mediante comentarios injuriosos o agresivos, pifiándole fuerte al espacio indicado para ocupar con la protesta, muchas veces en pura defensa de sus intereses individuales, y con el plumero claramente visible.
De continuar este estado de cosas, no habrá más solución que aguardar el advenimiento del mesías. Los nostálgicos esperan al nuevo Manolo Martínez, alguien más pragmático quizás invierta sus maquinaciones en soñar con un multimillonario enamorado de los toros y de la Plaza México que haga corridas de toros de la mejor categoría en nuestro coso. Es una estrategia que requiere paciencia, porque el elegido puede dilatar siglos en aparecer. En cuanto a sus ventajas, permite el estimulante ejercicio de la imaginación. Así que, personalmente, me dedicaré a esperar al mesías en forma de torero punk, descortés y antipático, desaliñado, que haga enojar a la gente con sus actitudes anticursis. Un torero que solicite permiso a la autoridad, y lance la montera al callejón con más sabor a insulto que a los insufribles brindis en los medios, y la tontería de los machos boca arriba o boca abajo. Un asceta, autodestructivo y despreciativo de sí mismo, que se ponga en el sitio y se desborde toreando y corriendo la mano, apegado a la verdad de la fiesta brava y el toreo. Uno que sea un verdadero reto estético para el aficionado, y que pida el aplauso con las orejas y el rabo en la mano, y no con su linda cara, presencia, y apellido.
Mientras tanto, en la realidad, Juan Pablo Sánchez reafirmó que el su caso es el del torero mexicano con las condiciones más perdurables y mejores de la baraja mexicana, que ha evolucionado desde aquel torero que codilleaba en exceso. Inversamente proporcional es su hambre y su necesidad de desbordarse para pegar el palo que lo ponga en los cuernos de la luna. No le hace falta, es un buen torero en una familia de taurinos, y con eso les basta. Seguiremos en la espera de su gran tarde. Diego Silveti del Bosque se mostró limitado, incapaz de sobreponerse a un lote con cierto picante, pero no precisamente fiero. Tiene muchos problemas para cruzarse, para intentar un cite distinto al de perfil.
Ginés Marín, por su parte, esbozó algunos elementos que pudieran encabezar la sacudida. Su actitud es desafiante, arrogante, altiva, despreciativa, y con un fuerte dominio de la escena. Por momentos hizo el toreo, sobre todo por el lado izquierdo, y en un concierto de pases de pecho que fueron cromos y esculturas. También es cierto que le faltó estructura al trasteo, y que el momento estético fue lo que sustentó a la faena. ¿Podrá él encabezar la sacudida?