Por Jorge Eduardo - México
Antes estuvieron enfrentadas, pero ahora son hermanas. Las plazas de México y Guadalajara, monumentales y señoriales, comparten administradores desde hace tres años.
No obstante que al embudo lo encabeza una sociedad, no deja de ser totalmente palacio, tal y como el Nuevo Progreso. Hasta mediados de la década feneciente, una se veía con recelo desde la otra. El que era gente de la plazota, no era de casa en la perla tapatía, ni en sus otras hermanas, sembradas en tierras de gente buena, o
en otras capitales norteñas. El empresario de México de entonces, más talentoso para embestir que para hacer empresa, no se guardó ningún improperio para hablar de los totalmente palacio en el punto más álgido del enfrentamiento, durante el primer decenio del siglo. Hoy, según los mentideros taurinos, aquel matador de toros sevillano al que el médico veterinario más escandaloso del mundo taurino dedicara sus diatribas, es el mandamás de la fiesta en México, y el tentáculo más poderoso del conglomerado de hierro en sus intereses europeos. Sea una exageración o no lo que se dice sobre Antonio Barrera, lo cierto es que los dos cosos están bajo el manto de Espectáculos Taurinos de México. Por edad, aforo, y categoría, a la Monumental de México le corresponde ser la hermana mayor, y al Nuevo Progreso la hermana menor.
A pesar de las expectativas que provocó el arribo de gente joven, preparada, y bien conocida en el ambiente, todo parece indicar que los achaques de La México se están recrudeciendo, así como su amarga vejez autoinducida. Apenas veinte años le lleva la plaza capitalina a la jalisciense, y sin embargo, aquella parece una presencia pesada, muy difícil de maniobrar, apesadumbrada, y en mal estado. Sus ocupantes son de lo más variopinto, despreocupados por la seriedad del espectáculo que ofrece, y por su salud. Lo mismo acude una afición envejecida, cansada, conforme con lo que se le ofrezca mientras conserve el espacio de sus remembranzas y de sus recuerdos, de sus amigos y de los alcoholes, que una avanzada juvenil aculturada, atenta del evento festivo o social, pero fuertemente extraviada en sus nociones taurinas.
En consecuencia, es complicado que cualquier dimensión del espectáculo fuera del relumbrón resulte atractivo para ellos, y es complicadísimo que se organicen y pugnen efectivamente por el espectáculo que desean ver. De este modo, a la Plaza México acuden un montón de personas al inicio de la temporada, pero con una actitud que amalgama la del diletante de un bar con la del transeúnte de una estación de tren. El desinterés y lo taciturno del caminante sin más objetivo que su desplazamiento mismo, se encuentra con la desfachatez y el desenfado del borracho. No hay sistematización del pensamiento, no hay militancia del aficionado taurino.
El Nuevo Progreso, por su parte, ha sufrido sus propias crisis y momentos de apremio sin lugar a dudas. Basta recordar que, en su infancia como la Monumental de Jalisco, estuvo cerrada muchos años, hasta que su mayor, la vieja plaza del Progreso, echó el telón allá por 1980. Recientemente, la empresa pasaba fatigas para llevar gente a la plaza, e incluso lleva más tiempo sin llenarse que la misma Plaza México.
Pero el fondo del asunto no oscila sobre cifras, sino en torno a la vitalidad de la afición, y a la calidad del espectáculo que se ofrece en el dicho coso. Basta con voltear al domingo pasado, con los festejos simultáneos en ambas plazas. El Nuevo Progreso presentó un señor corridón de toros de Jaral de Peñas, hierro de la familia Barroso. El juego del dicho encierro permitió el triunfo de Antonio Ferrera, quién no pudo repetir color en la Plaza México a consecuencia del ganado que le echaron. Salió a hombros tras de una tarde memorable, que incluyó la torerísima estampa de un faenón cuajado bajo la lluvia con base en pura entrega y sentimiento. Joselito Adame alargó su idilio con los tapatíos, muy acorde a sus formas y costumbres, pero con más éxito que en la capital. Andrés Roca Rey no pudo trascender el bajo perfil que mantiene desde su reaparición, pero no debe cundir el pánico. Más temprano que tarde se reaunadará la explosión del peruano como el que tira del carro hoy por hoy.
Mientras tanto, en México, tuvimos una entrada seguramente similar en números. No obstante, puesta en contexto, los dos tercios de entrada de Guadalajara son un logro mucho más formidable que el menos de un cuarto de México. Consecuencia de los dos festejos anteriores, el ambiente crispado, atizado por la huelga de hambre del matador Lorenzo Garza Gaona y la respuesta de la plaza. Añada a los irritantes antitaurinos de la entrada. La arena suelta y el estribo a ras de suelo, contra todo sentido común de protección civil y de apoyo a las cuadrillas. El encierro de La Estancia, terciado de presencia, y menos que eso de juego, pues tan solo funcionó el lote de Arturo Saldivar. El aguascalentense de Teocaltiche logró algunos momentos sobresalientes, sobre todo toreando al natural al quinto, pero siempre entre la sobrecarga de adornos y la falta de estructura. Pinchó y perdió dos o tres orejas, aunque de antemano perdió la posibilidad de tumbar cuatro orejas y hasta algún rabo.
Gerardo Adame pechó con un mal lote, igual que Miguel Ángel Perera, quién además, gracias a su apatía, dejó la sensación de que lo ponen en México los compromisos de la empresa con los apoderados españoles, y no los méritos que han estado tan en boca del ambiente taurino estos días. Hay tópicos que es mejor no sacar a relucir como objeto de un debate a escala amplia. No es la primera vez con este torero. Una tarde más de mucho aburrimiento, aderezada por un Saldivar que, como siempre, dejó un importante espacio para la duda a pesar de la entrega de La México. En esas estábamos mientras nos enteramos del tormentón en Guadalajara, del entradón, de las faenas, de la bravura y el juego de los jarales. Y en esas nos quedamos, con profunda envidia de Guadalajara.
La próxima semana, en México, toros de Villa Carmela para Juan Pablo Sánchez, Diego Silveti, y Ginés Marín. En Guadalajara, máxima expectación por ver a Enrique Ponce, El Payo, y Sergio.Flores con toros de Los Encinos.
Foto: @LaPlazaMexico