Por Jean-Charles Olvera - España
Tras brindar de espalda su primer toro a la Infanta Elena en barrera sombra, única representante de la Casa Real, un atrevido gritó “¡Viva el Rey!”.
Si este rey, Felipe VI, fue el gran ‘ausente’ de la tarde, como se le decía antaño de José Antonio, otro José Antonio, Morante de la Puebla, se encargó de ser el gran ‘presente’ y de convertirse esta tarde en Rey. Nuestro Rey de los toreros. Los que cubrían totalmente las butacas, eufóricos tras sus dos faenas que pasarán a la historia, tenían conciencia que presenciaban un hito para la memoria. Primera puerta grande del genio de La Puebla en Las Ventas, esa puerta, tan anhelada y tan deseada, que corona una carrera excepcional, que no parece acabar aquí. Puede que no midamos aún muy bien la suerte que tenemos de vivir en la misma época que este maestro, glorificado monarca.
Así podría acabar esta crónica y deciros “¡Olé Morante!” y nos vamos. Pero corrida hubo, y polémica también con una oreja a su segundo toro que fue criticada, con cierta razón, tras una estocada caída pero certera, que desencadenó aun así una petición mayoritaria que el presidente José Luis González no pudo denegar, a salvo de provocar un grave desorden público.
Parece que este palco tampoco resistió al embrujo y a la magia de un Morante que nos dejó lejos de esa razón pura tan criticable, como lo contaba el filosofo Kant, y que nos llevó esta vez en su ‘terra incognita’ mental y en su peculiar toreo vagabundo y tan difícilmente natural, de inspiración total. Una metafísica del toreo; estábamos ahí con él y al mismo tiempo transportados en otro lugar, en el de su pasión y de su alma torturada por sus miedos e inquietudes, que hoy dejó de lado para liberarse cuerpo y alma.
Vimos a Morante con un capote de ensueño con ‘Sacristán’, el colorado abreplaza de Juan Pedro Domecq, al que dio después, entre otros, todo un recital con cuatro largos naturales que hicieron rugir y temblar los tendidos y que nos pusieron la piel de gallina. Y con el cuarto, ‘Lírico’, comenzó en tablas del 1 con series superiores con un toro que embestía defendiéndose sin clase, terminando una intensa faena lírica a más, que se inventó literalmente, como lo hacen únicamente los artistas privilegiados.
Morante salió por la Puerta Grande, una multitud le acompañaba
El segundo de la terna, el madrileño Fernando Adrián, tuvo sus méritos y se arrimó con gran dignidad, tras pasar después de Morante. Y qué difícil es prestar atención cuando el de La Puebla nos dejó ahí con la mente en plena levitación. Pues Adrián lo consiguió, a su manera, sorprendiendo hasta a los más escépticos de su toreo modernista, aunque estuvo de más a menos con el mejor de la tarde, el segundo castaño, al que recetó en su salida, algunas verónicas de seda. Le cortó una oreja con alguna división tras casi entera contraria. Fue una oreja de otro calibre que la primera de Morante al abreplaza y a la que fatalmente algunos compararon, en desventaja de Adrián. El diestro fue también aclamado tras sus tres faroles de rodillas de recibo al quinto, acusando después el toro el dominio del diestro en los inicios de faena, emborronando su quehacer con un feo metisaca.
El último de la terna, Borja Jiménez, no pudo con el mal lote de la tarde, pasando de puntillas, sabiendo que lo esperamos en otras condiciones el próximo domingo en la corrida In Memoriam con toros de Victorino Martín, en la cual será, esta vez, uno de los grandes protagonistas.
Si la corrida se abrió con el solemne himno nacional tras el paseíllo, terminó con un Morante llevado a hombros por una multitud de jóvenes ilusionados aficionados que le llevaron por la calle de Alcalá, cortándose el tráfico. Lo dicho, lo irracional nos transportó toda la tarde, de inicio a finales, en lo que fue una tarde histórica protagonizada por un Morante, consagrado como Rey de los toreros.