Ni imaginándoselo llegaría nadie a pensar que el final de la feria sería la calamidad que ha sido, nadie.
Y eso que era el cartel más esperado por quienes gustan de verdad del toreo, de la elegancia, de la despaciosidad, de la pureza, de las buenas maneras, del buen gusto, de la belleza… pues todo eso se lo cargó el encierro más calamitoso que ha pisado la arena en esta feria y seguramente en muchas otras.
No me pienso parar en describir lo malos que han salido los toros lidiados y hasta los devueltos. Imaginen: mansedumbre, flojedad, sosería, descastados, desclasados, feos y hasta con guasa. Metan todo eso en una coctelera y verán lo que sale. Eso, exactamente lo mismo que ha salido a Las Ventas en esta tarde de cierre de feria.
La feria no es que haya sido mala, más bien ha tenido poco de bueno, que es una forma amable de decir lo que ha pasado en ella. Si tras veintiuna corridas de toros, dos de rejones y tres novilladas, cada uno de ustedes solo retiene en su memoria un trío de toros, un trío de orejas, un trío de toreros… es que algo ha pasado y no precisamente bueno
Ciertamente quienes estarán contentos son la empresa, que ha puesto el cartel de lleno muchos días, prácticamente la mitad, y que se supone que ha hecho caja, pero no así los espectadores, mucho menos los abonados y para echarse a llorar los que son aficionados de verdad, auténticos, exigentes para con la celebración del rito sin atajos ni ventajas y mucho menos, sin triunfalismo. Estos últimos han sufrido de lo lindo al ver en qué se ha convertido la plaza más importante del mundo.
Pero volvamos a lo de hoy. A quién se le ocurre hacer una encerrona a tres toreros cabales, de lo mejor del escalafón, para dejarles en blanco en toda la tarde. A Diego Urdiales le hemos visto unas buenas verónicas, unos buenos trincherazos, apuntes por la izquierda y por la derecha con la muleta, mostrando mucha mayor disposición que lo que su lote merecía. Toda La Rioja entera estará llorando.
Urdiales: Cuando se torea así es un crimen ponerle con ganado infumable
A Juan Ortega no le hemos podido ver más allá del paseíllo y un solo intento muy torero, con su segundo, apoyando una mano en las tablas para pasar por alto al jabonero con excelente torería. Después se acabó. En su primero todavía menos. Es cierto que no ha estado fino con los aceros, pero es que tampoco es eso exactamente por lo que la gente va a verle.
Con mejor ganado Ortega nos habría obsequiado más
Pablo Aguado ha sufrido la devolución de sus dos toros, el primero, que parecía que tenía buena condición, rodó por el suelo a la salida del caballo, fue banderilleado y volvió a caer y el pañuelo verde asomó en el palco. Tremendo enfado de Aguado y a lidiar y matar uno de José Vázquez que venía de fábrica con los mismos genes que los titulares de Román Sorando. A su segundo, de nuevo, le cayó la maldición del pañuelo verde y en esta ocasión era de Montalvo el sobrero, mucho peor que los titulares y que el sobrero anterior. Una ruina para cerrar la tarde y la feria. Claro que el sevillano quiso dejar su huella y mató al toro a base de pinchazos, sin ningún decoro. La plaza reventó y lleno el ruedo de almohadillas. Demasiada tarde, demasiada feria aguantando carros y carretas… y bueyes a montón.
Nos hubieta gustado ver más a Aguado. Falta de sensibilidad de la empresa
Inaceptable tener en la plaza a estos toreros y desperdiciar todas sus cualidades, que no son pocas. Culpable: la empresa, pues ellos merecen, y los aficionados también, un mejor trato en aras de preservar la Tauromaquia y El Toreo con mayúsculas.
Mañana la corrida de Beneficencia y la empresa, por la ausencia de Morante, ha decidido que quede en mano a mano entre Castella y Adrián. Otro sin sentido. Anda que no hay toreros para cubrir el puesto, y los mismos de hoy, a los que se les ha practicado una encerrona, podrían haberse sorteado el puesto a ocupar y nos habríamos alegrado todos.