Tras el triunfo de Jarocho en la novillada de ayer, los aficionados no esperaban nada especial en el día de hoy.
Los toros de ‘El torero’ no facilitaron, precisamente, a los toreros su lucimiento. Solo uno, el quinto no malo, se salió de ese desastre ganadero y fue toro para triunfar, aunque su matador, Álvaro Lorenzo, no terminó de completar el trasteo que se precisaba.
Pero Madrid es Madrid, diferente, exigente, pero de dulce cuando suceden los milagros en el toreo. Allá por las ocho y media de la tarde surgió ese milagro cuando nadie, digo nadie y no me equivoco, esperaba que fuera a terminar por levantarse de su asiento para aplaudir.
Para quien no lo haya visto, en la plaza o en la televisión, se lo cuento:
Salió el cuarto, de nombre Embeodado, de 535 kilos, negro, y el más manso y anárquico de cuantos han salido por toriles, hoy y en el resto de la feria. Ni caso a capotes, o desarmando a diestro y siniestro, ni caso a caballos, pero pegando arreones a su aire, discrecionalmente, a su ‘puta bola’. En el tercio de banderillas un peligro total, persiguiendo a quien no tuviera un capote en la mano. La lidia era un lío, aunque Juan Carlos Rey se hizo el ánimo y cuajó dos pares arriesgados y muy meritorios.
A muchos les entraron ganas de abandonar la plaza. Ese toro colmaba lo visto hasta ese momento, con sosería y descastamiento a partes iguales en los toros lidiados, llegando a aburrir a la terna. Hacía falta un milagro y ese milagro llegó.
De esta guisa comenzó el milagro del mando y temple de una muleta
Salió David Galván muleta en mano, muy seguro y tranquilo llamó al toro, miedo en los tendidos, y cuando el astado llegó a su jurisdicción flexionó la rodilla de la pierna de salida, embarcó al toro en la muleta con el temple necesario y la seguridad precisa, le condujo con primorosa despaciosidad, rebosándose en él y ese toro manso y violento se roció con el milagro que supone el temple y la naturalidad, cayó rendido a sus pies. Lo repitió una y otra vez sin dejar de seguir flexionando la pierna de salida y el toro ya estaba ‘embeodado’ por su nombre o embebido por la muleta que hacía el milagro.
Se puso en pie, se lo enroscó con dos pases del desdén y el toro parecía ya un bombón. ¿La plaza? sorprendida totalmente se había dejado llevar por ese toreo poderoso, pero lleno de belleza y plasticidad. Así siguió Galván, superado ya el primer y necesario milagro, natural y espontáneo, sorprendiendo en cada momento, en cada muletazo. Ni hubo tandas de derechazos ni naturales, si acaso un mínimo intento por ambos lados, pero allí estaban toda la torería y los pases de trinchera, pases de pecho a pies juntos, puntual inspiración, todo rociado de una estética cabal.
En Madrid es donde una faena así puede cautivar, sin rutina ni mediocridad, basada en la torería y en la pasión por hacer el toreo por bajo, no hace falta más. Tras una buena estocada el torero gaditano paseó una oreja, por la que nadie hubiera apostado diez minutos antes. Diez minutos, sin embargo, que supusieron una ración bien servida de lo que es saber estar y tener la capacidad de hacer milagros con una muleta. Casi na.
Álvaro Lorenzo ya hemos dicho que perdió la ocasión del único toro que se salió de la mansada y Ángel Téllez, sin mucha suerte en su lote, y tras dos feas volteretas en el sexto, estropeó, más si cabe, su actuación con el mal manejo de la espada. A punto estuvo de recibir los tres avisos.
Si ayer salió un joven novillero a hombros, hoy fueron los espectadores los que salieron totalmente embrujados por la magia del toreo inesperado.