Si resumimos la corrida extraordinaria de la Beneficencia por lo sucedido en última instancia, nos sonará a triunfo.
Pero analizando el conjunto, la corrida extraordinaria fue extraordinariamente un petardo de organización.
La presidió el rey Felipe VI, acompañado por la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso y el diestro Luis Francisco Esplá. El protocolo se cumplió a los acordes del himno nacional español y la correspondiente ovación a la presencia del Rey. Ese protocolo se cumplió. Tras el paseíllo se guardó un minuto de silencio en memoria de Iván Fandiño, de quien se cumplían seis años de su trágica muerte.
Lo que dejó mucho que desear fue la organización del evento, al que se quiso devolver su prestigio con triunfadores de San Isidro, anunciándose fuera de la feria, demasiado alejado de la misma para cubrir un festivo de dar toros por obligación (después se adelantó al sábado a petición de Castella), notándose en los tendidos que el rebufo de la feria dos semanas después no llegaba -dos tercios escasos de asistencia-. Tampoco el cartel era muy completo, recordemos que la terna había salido en hombros, pero todas las salidas fueron cuestionadas en su día. Faltó tirón verdadero.
Se anunciaron dos ganaderías, más o menos, impropio para la solemnidad del festejo más importante del año -supuestamente- y finalmente se enchiqueraron toros de tres hierros distintos. Un desfile impropio de la categoría de la corrida y de la plaza, cuyo juego resultó anodino por momentos.
La tarde la salvó el último de Juan Pedro Domecq y el último anunciado de la terna, Fernando Adrián. Ambos propiciaron los momentos mejores del festejo para saciar las ganas de triunfo de los organizadores y los asistentes.
Uno de los naturales del madrileño
El torero madrileño realizó una faena entonada, con muletazos al natural de bella factura, así como un cambio de mano primoroso. Cierto es que lo aderezó con toreo del llamado moderno, intercalando algún pase por la espalda, que bajaban el tono del trasteo, pero en conjunto fue una faena muy limpia y aprovechando las buenas embestidas que le propició el cornúpeta. Una estocada a ley le hizo conseguir las dos orejas, quizá exageradas, que le permitieron salir en hombros nuevamente de Las Ventas.
Con el otro, el toro más protestado del año por falta de trapío y poder, estuvo voluntarioso y hasta pesado queriendo aprovechar la oportunidad de verse anunciado en tan importante festejo. Esperemos que le sirva después de tantos años de espera y que los taurinos no le ignoren y le aparten de los carteles. La historia está llena de esa marginación de las empresas para quienes triunfan en Madrid y la aplicación del manido sota, caballo y rey.
Castella estuvo entregado en sus intervenciones, aplicando oficio y técnica para obtener trasteos meritorios, pero sin alcanzar más altura, así como a Emilio de Justo le vemos sin recuperar la rotundidad con la que llegó a conquistar a los aficionados.
Ecos de la Beneficencia… que no dio de sí todo lo que debía.