No se si por ser día de descanso o lo que llaman día de reflexión cuando de votar se trata, me he llegado a escribir unas líneas.
O lo mismo es que ya no se parar un día cuando me obliga el descanso decretado por Plaza 1.
Decía ayer en mi crónica del festejo que no hace falta cortar orejas. Esa es la conclusión a la que hemos llegado por la vía de los hechos. Dos días seguidos, sábado y domingo, hemos podido apreciar y disfrutar lo que es el toreo bueno y de verdad sin necesidad de haber visto pasear ninguna oreja.
Por verónicas y naturales la plaza ha caído rota de emociones y quienes tuvieron la suerte de presenciarlo además de irse toreando por las calles, no lo van a olvidar nunca.
Eso es y no otra cosa el toreo. Te hace vibrar los sentidos, te llena de emoción aquello que tus ojos ven y el conjunto de todo ello lo guardas en tu corazón, bien envuelto, no sea que se te vaya a escapar algo. El alma se encarga de ese envoltorio.
Ahí es nada, hemos visto torear y lo hemos hecho sin que fueran las figuras, los nombres más conocidos, los protagonistas. A quien escribe esto no le sorprende nada, pero la mayoría de quienes se sientan en los tendidos de las plazas de toros, son gente normalmente educada a través de la televisión o de medios muy afines a esas figuras. Nunca les explicarán cómo se embarca a los toros, con qué parte de las telas, con qué acople y ajuste, como tampoco les dirán qué ventajas y vicios forman parte de sus tauromaquias.
Diego Urdiales, Fernando Robleño y Pablo Aguado se han encargado de dejar claro, clarísimo, cómo se puede poner en pie la plaza de Las Ventas cuando el toreo que se ejecuta es el fundamental y se hace con autenticidad. Torear se puede hacer de muchas maneras, pero cuando se asume que el ajuste forma parte también de la escultura que han de formar ese binomio de toro y torero, sin que el escultor tenga que modelar mucho aire y espacio entre uno y otro, la cosa cambia y los sentidos se impregnan de la belleza sí, pero también de la emoción.
Estos diestros, en dos tardes sucesivas, volvieron locos a los espectadores, cuando se pasaron muy despacio y muy cerquita a sus toros. Posiblemente sepamos ahora elegir a quienes debemos ir a ver a la plaza. Con unos se sabe de antemano lo que va a pasar, dentro de una normalidad a la que se puede llamar rutina, con otros es con los que de verdad puede surgir el milagro del toreo o lo que otros llaman que te den un pellizquito.
No hicieron falta las orejas para que la gente se sintiera feliz, bellamente emocionada, sin necesidad de ningún pase adicional que acabe en ina. A base solo de verónicas y naturales auténticos es posible llenar de gozo una plaza. Lo vivimos todos y lo saben los protagonistas de ello. Además, no recuerdo que haya visto a nadie emular el toreo por las calles haciendo manoletinas o chicuelinas. Cuando a alguien le ves dar un pase con una servilleta o simplemente con la mano, lo que hace es una verónica o un natural. Por eso son las suertes fundamentales.
Y por eso es fundamental que sepamos quienes ejecutan el toreo de una forma y con unas maneras para saber elegir nuestras tardes de toros.