Fueron momentos muy diferentes que se dieron cita el mismo día y en la misma plaza. Vivir para ver.
El comienzo de la tarde supo a gloria. Toreo de capa del bueno y pique en el tercio de quites… pero sin chicuelinas ni gaoneras, nada de eso, toreando a la verónica y despacio, muy despacito.
Diego Urdiales y Pablo Aguado compitieron por ver quien toreaba más despacio, más ajustado, y pusieron la plaza en pie. Viniendo de diecisiete días y de eso no había habido. El toreo visto con el capote era despegado en el mejor de los casos y a toda prisa en el peor. Qué suerte, estábamos allí y pudimos contemplar la belleza del toreo de capa y la torería de quienes lo ejecutaron.
Gusto y regusto, torería, saliendo del toro por parte de Urdiales
Pablo Aguado se prodigó más al ejecutar el quite en el primero y tener su toro, el segundo, para despacharse a gusto. Los aficionados no cabían de tanto gozo y casi se puede decir que, ese sueño hecho realidad, debería haber tenido ahí el cierre de la tarde. A partir de ahí una parte importante de los asistentes bien se podían haber ido para casa.
Francisco de Manuel, el otro alternante, quiso emular a sus compañeros por ese palo haciendo un quite en el de Aguado, pero se le debieron de cruzar los cables después y ya nada fue igual.
A pesar del buen toreo de capa en el primero y segundo, la tarde se despeñó con los toros devueltos por inválidos y el toreo superficial que desgranó Francisco de Manuel que, evidentemente, cambió de registro y de palo.
Tuvimos la esperanza de que esos dos primeros pudieran ofrecer algo en las faenas de muleta, pero se apagaron muy pronto y cambiaron incluso su desnortado comportamiento, lo que nos impidió poder seguir disfrutando del riojano y sevillano.
Una vez arrastrados los dos primeros del desigual encierro de El Pilar, con apariencias todas ellas o bien de falta de remate o de desaliñados cuerpos, además de blandengues. De comportamiento no pasaron de descastados y mansos, malos todos ellos. Suerte tuvimos con ver lo que vimos.
Devolvieron el tercero, devolvieron el sobrero, también de El Pilar, y nos obsequiaron con otro sobrero del Conde de Mayalde que tampoco mejoró al hierro titular. Eso sí, de ocho no vimos ni un toro negro. Lo dejo dicho para la estadística por lo inusual del caso.
El torero madrileño, al que conocíamos por buenas maneras, se transformó en torero populista, y ese cambio de registro le puso en conexión con quienes habían bajado de los pueblos en fin de semana, los llamados isidros. Le jalearon cuanto hacía, que ya era muy diferente del toreo despacioso del comienzo, y si no le dieron una oreja fue porque el palco recordó aquello de plaza de primera.
Nada pudieron repetir con la capichuela Urdiales y Aguado y sus intentos por sacar algo de los pozos secos quedó en eso, en las ganas. Mejor el riojano con la espada y mal el sevillano con ella. Una pena.
De Manuel, que se había llevado un volteretón en su primero, volvió a despeñar su toreo por la vía popular, dejando un sabor muy diferente de lo que había sido el regusto del principio. Un final que no procedía en una tarde de otro matiz. Debe ser que la Casa Matilla aprieta para que la apuesta por él se consolide. Él sabrá qué camino elegir, pero hay toreros a los que no hay que ver de rodillas.
El recuerdo imperecedero será la exhibición y competencia en quites presenciada al principio de la tarde con la utilización del capote.
Sin olvidarnos de mencionar otra buena tarde de Juan Carlos Rey con capote y banderillas.