Tras el día de descanso recuperábamos el hábito y la ilusión de volver a Las Ventas. Una novillada bien merece esa ilusión.
No es baladí lo que digo, aunque sabemos de antemano que no aparecerán por la plaza los del ‘clavel’ pero que, aunque seremos muchos menos en la piedra, los aficionados no han de faltar. También es justo reconocer que son muchos los abonados que invitan con sus entradas a gente poco ducha en materia taurina.
Claro que la tarde se presentaba mal en lo meteorológico, las nubes, los truenos, la lluvia y el viento hacían presumir que no iba a ser una tarde cualquiera. Aun así, quien se resiste a una novillada en San Isidro no sabe bien lo que hace, por lo que la cita, a pesar de los relámpagos y demás, era obligada. Ya veríamos después si el mal tiempo condicionaría el festejo. Con la esperanza de que no se truncara se trenzó el paseíllo.
Paraguas si que vimos, de muchos colores
Los paraguas pronto hicieron su aparición, quizá al mismo tiempo -coincidencia- del colorado chorreado que salió en primer lugar. No era bueno el presagio y no lo fue para toda la tarde.
Chorreados o sin chorrear fueron saliendo novillos de esos que se dice que ‘se dejan’, con las características propias de esa condición: noblotes, mansitos y blandos. Contábamos con tres novilleros punteros dispuestos… pero dispuestos a qué?
Entre que se abrían y cerraban los paraguas por parte de la gente en los tendidos, que no entendidos, y los aspirantes se mostraban con capote y muleta, íbamos dándonos cuenta de que allí no sucedía nada. Frío como Jorge Martínez, animoso como Jorge Molina o el postureo de Sergio Rodríguez, la tarde fue caminando el novinada del titular de esta crónica.
Entre unas cosas y otras iba pasando el tiempo sin que aquello levantara… el tiempo desapacible se había hecho con la tarde y novillo tras novillo nos sabíamos todos perdedores… de tiempo, con infinitas ganas de salir de naja para regresar al calor del hogar.
Tarde perdida para la terna, una ocasión echada a perder quizá por no haber encontrado la forma de entenderse con sus oponentes, que no les presentaron mayores problemas que su poca actitud en términos de transmitir emociones.
Si consideran que escribo poco sobre lo acontecido, la respuesta está en el cómo lo he titulado: no-vi-nada.
Justo es de dejar constancia que un banderillero saludó la mayor ovación de la tarde. Su nombre es Juan Carlos Rey.