Otra tarde de relumbrón, y tras lo de ayer, se palpaba que a la mínima se desataría el triunfalismo.
Lo de ayer no alcanzó, como se sabe, las cotas por todos deseadas, pero dos días seguidos ponían en riesgo la planificación que se quiere alcanzar en esta feria, donde se desea que los resultados mejoren los de Sevilla.
Por supuesto, eso lo deseamos todos, pero no todos con el mismo método ni por el mismo camino. Los que son parte interesada, es decir, aquellos a quienes los éxitos les pueden reportar beneficios, no piensan igual que la sufrida afición que solo quiere que esos triunfos lleguen por la vía del mérito.
La tarde se empezaba a despeñar con la presencia del primer Garcigrande que resultó garcichico, y que, además de sin presencia, era una calamidad de toro como para que Morante nos enseñara como se corta un rabo. Se vio enseguida que no le veríamos el rabo al de la Puebla -no piensen mal los mal pensados- ya que no había materia prima para ello. Claro que tampoco era de recibo que lo acribillara con espada y descabello. Necesitó de quince intervenciones y el enfado se repartió para el torero, para el toro y también para empresa, veterinarios y autoridades.
Mal se presentaba el objetivo. Habría que arreglarlo y tras de una faena eléctrica de Emilio de Justo -a quien se recibió con cariño- éste se empeñó en malmatar en la suerte contraria. Adiós a los esperados y deseados triunfos.
El inicio de faena de hinojos por parte de Rufo encendió la mecha para que los ansiados triunfos pudieran anotarse en el marcador. El toledano hizo una faena pulcra pero también atacada de retorcimientos innecesarios, recordando aquella definición de alcayata que utilizaba el recordado Joaquín Monfil. La espada cayó desprendida, pero el público ya tenía ocasión de sacar pañuelos. Ahí fue cuando el presidente, el Sr. Carracedo, utilizó complaciente las dos sílabas finales de su apellido y dijo: cedo. Una oreja de esas que se dan por los pueblos, poco meritoria pero que abría el melón de los despropósitos.
El toro, un morucho en toda regla, que le sacaron a Morante nos quitó de golpe la posibilidad de verle siquiera en un lance. De esa manera solo nos quedaba esperar que estuviera mejor con los aceros. Pues no, necesitó de más de media docena de pinchazos. Ni siquiera este Morante era el de antes, es que ni siquiera se puede decir que tuvo el peor lote, es que salvo el mitin a espadas fueron toros imposibles. El último lo más parecido a los toros de Guisando, no se movía ni con los pinchazos, de piedra.
Cuando llegó el quinto se abrió de par en par la opción de ‘no hay quinto malo’ y efectivamente no fue malo, fue un toro superior para hacerle una faena de alto nivel. La faena del cacereño no fue esa, siendo una faena enjundiosa, pero sin el reposo debido ni la limpieza necesaria. Con irregularidades y altibajos, pero sí suficiente para cortar un trofeo a pesar de la estocada baja. Aquí es donde ya había un dilema, si antes una para Rufo, esta de Emilio que fue mejor… conclusión: le damos dos y así sale en hombros.
Alegra que Emilio de Justo triunfe, lo merece, pero sin triunfalismos
Se consumaba el triunfalismo del palco y el tan deseado de la empresa y todas las partes interesadas. El señor del palco no se conformó con los disparates y añadió uno nuevo: vuelta al toro.
Tomás Rufo, aunque muchos lo quisieran no pudo cortar otra oreja al sexto. Una dupla de salidas en hombros que no llegó. Hubiera sido otro dislate.
Los aficionados son gente de paz, pero todo tiene un límite. Si se protestaron toros, si se protestó la oreja a Rufo y las dos a De Justo, había que protestar también la vuelta al toro ‘Valentón’. Ya ven lo que para muchos será sinónimo de alegría por tantos triunfos, para otros muchos ha sido dar rienda suelta al triunfalismo. Mañana habrá más.