Paco Ureña, torero de Lorca, es un torero de cuerpo entero, no de medio cuerpo, y así viene siéndolo en su accidentada trayectoria. Hoy también.
Pero hoy, como en su pasada actuación con los toros de Juan Pedro Domecq, se ha alzado con una oreja generosa por parte de ese Madrid que le respeta y le quiere. En resumen, hoy en día Paco Ureña es un consentido de Madrid.
Se le espera, se le quiere y, por lo visto, se le hacen regalos. La faena de hoy, a un manso de Alcurrucén, ha abundado en dos momentos, quizá tres, primorosos: el inicio por estatuarios cerrados con un pase del desprecio, torería en los remates y un par de naturales de frente. El resto de la faena, con los altibajos propios por la condición del toro, estuvo preñada de máximo interés del murciano pero también de momentos mucho más livianos. Además, pinchó antes de agarrar un espadazo desprendido; todo eso no fue óbice para que se le pidiera una oreja con ganas. Lo dicho: Ureña, consentido de Madrid.
Los toros de los Lozano, además de presentación deficiente, resultaron mansos y descastados, impidiendo que pudiera haber emociones más allá de la tremenda voltereta que sufrió David Mora por tirarse a matar a por todas cuando no había nada que ganar. Además, carecieron del celo y la codicia que se le ha de suponer a un toro y, gracias a ese grave defecto, se consiguió otro momento emotivo cuando Ángel Otero hubo de ponerlo todo él para banderillear al primero de la tarde.
El resto de la corrida ha resultado infumable, soporífera. David Mora no ha podido sentirse bien ni con el mansito noblote primero, ni con el cuarto. Floja la presencia de Mora en esta su única presencia en la feria.
Álvaro Lorenzo pechó, quizá, con el peor lote, que ya es decir, pero sus argumentos fueron la frialdad y superficialidad en todo cuanto hizo. A Lorenzo, como a Ureña, le queda una nueva oportunidad para poder superar su paso por la feria.
Lo que no parece tener arreglo es la duración de los festejos. Se hace inaceptable tener que estar dos horas y media en una plaza tan incómoda. Y lo peor es que no es largo por ser bueno lo que vemos, si no por alargar en exceso las faenas cuando de todos es sabido que con veinte muletazos se puede cortar las orejas en Madrid, como recordamos a Juan Mora o, más reciente, cinco minutos de faena de Pablo Aguado en Sevilla. O aprenden cuál es el camino o terminaremos todos con la espalda y el trasero contracturado.
Por supuesto, entre las cuadrillas, fue Ángel Otero el que hubo de desmonterarse para recibir una clamorosa ovación tras sus pares de garapullos. También recibió el brindis de su maestro, David Mora. Recordaremos sobre todo su segundo par.