Las luces del toreo no son solamente aquellas que se muestran en el traje de luces, hay otras que van mucho más allá.
Del mismo modo que los coches llevan luces cortas, también llevan largas, aunque éstas últimas se utilizan muchísimo menos, igualmente en el toreo existe una proyección corta y otra más larga, aunque es verdad, también se ve muchas veces menos.
La proyección de luz ilumina el escenario del ruedo cada vez que torea un torero, la mayoría de las veces será la iluminación corta, otras veces, las menos, esa proyección será larga y el escenario no solo quedará iluminado, si no que también llegará nítido a los ojos y sentidos de los aficionados y espectadores.
Digo todo esto, porque ayer sucedió lo de las luces largas en el coso de La Ribera de Logroño. Y no se necesitó siquiera que los toros de Cuvillo se prestaran en exceso, quienes se prestaron para tanta iluminación fueron los toreros actuantes.
Precisamente, los toreros que alternaron ayer, día de San Mateo, eran de lo mejor del escalafón, casi podíamos decir que los mejores en las tres patas en las que podemos dividir el toreo: imaginación artística y repertorio, verdad y pureza, como también quietud, valor y dominio. Ninguna es mejor que la otra, si bien los aficionados gustan más de unas que de otras. Legítimo todo.
Morante, Urdiales y Roca Rey protagonizaron en la última corrida de la feria, una exhibición de sus mejores cualidades y recursos. Otros compañeros ya habrán relatado el detalle de lo que fueron capaces de hacer, yo me limito a valorar y ponderar que tres conceptos se fusionaron en una tarde en la que los aficionados se sintieron felices y terminaron embriagados del derroche de tres toreros a los que no se pudo poner un pero.
Morante nada pudo hacer en el primero, pero lo compensó en su segundo, un sobrero de Juan Pedro, con un amplísimo repertorio de ese toreo tan joselitista que viene prodigando. Pródigo en detalles y en un toreo barroco que solo él es capaz de llevar a cabo. La plaza, que no le perdonó la brevedad en su primero, cayó rendida al embrujo del de la Puebla. El sol de Andalucía se hizo presente y la luz llenó el escenario. Digamos que el presidente le negó el segundo trofeo que el público pidió y eso le privó de salir a hombros con sus compañeros.
Como muestra de lo acontecido, un botón
Diego Urdiales estaba en casa y nos dio la dimensión del torero que es, máxima expresión de verdad y pureza. En el primero arrancando, añadiendo valor y entrega, al toro deslucido, y también terciado, lo poco que llevaba dentro, sorteando lo incierto que llevaba fuera y ofreció la apoteosis en su segundo que, sin ser un buen toro, aprendió a humillar siguiendo la muleta del riojano. A partir de esa enseñanza el toro formó pareja con Diego para que pudiera ofrecernos la grandeza del toreo con la verdad, pureza y naturalidad que tanto nos gusta. El sol de La Rioja nada tenía que envidiar al de Andalucía. Chapó.
A Roca Rey no hay nada que se le ponga por delante a lo que no pueda vencer. Goza de valor para asumir todos los riesgos, quietud para dejar en pañales a Don Tancredo y dominio muletero como para que los toros parezcan animales domesticados como los del circo. Al igual que sus compañeros de terna, pechó con un primero deslucido al que no pudo ejecutar ni sus pases por detrás ni los clásicos parones. Pero ¡ay! amigo, la que lio en el último fue una borrachera de pases sin solución de continuidad, con tandas precisas, que puso la plaza literalmente en pie. Había que matarlo para reventar los tendidos y eso hizo. La petición de rabo fue de las que hacen época, el presidente aguantó el tipo. Cómo no vamos a hablar del sol de Perú, tan grande como Roca Rey lo quiera hacer.
Las luces del toreo se hicieron presentes y el coso de La Ribera se iluminó por completo de toreo bueno y deslumbrante. Que se repita, es lo que quisieran todos los que llenaron la plaza.