Con mi Firma

    ¿Para qué sirve tanta nobleza?

    Los novillos del Conde de Mayalde eran nobles antes que novillos. Quizá la quintaesencia de lo que el toreo moderno pide para mayor gloria de las figuras y de los públicos actuales.

    Pues será así, pero no es eso lo que finalmente sucedió en Las Ventas en esta primera novillada de la feria.

    Fue esa novillada soñada por cualquier aspirante para expresar su forma de torear en cualquier parte, y más si ese paseíllo ha de hacerlo en Madrid y por San Isidro. No creo que se pudiera pedir más que lo que los pupilos del Conde de Mayalde se trajeron a la plaza.

    Ante esos ‘enemigos’ los tres jóvenes novilleros nos dijeron cuanto sabían, tuvieron la máxima disposición, desarrollaron el mayor repertorio posible y allí, sí señores, no pasaba nada, nada de nada. Los espectadores asistían a esa ‘clase magistral’ por parte de los espadas como el que se ve un bodrio de película que le produce somnolencia.

    Y es que el toro, novillo en el día de hoy, que se cría en las dehesas, para mayor gloria de unos cuantos, ha llegado a adquirir tal grado de simpleza y sosería que muy buen artista ha de ser quien se ponga delante para darle a aquello que se ejecuta algún signo de interés para quien lo visualiza. Un drama lo llamaría yo.

    Y qué quieren que les diga, que los muchachos hicieron algo mal, pues muy poquito hicieron mal, alumnos aventajados en eso de dar pases de todas las marcas, de esos que bien se aprenden en las escuelas toreando de salón. En eso, en toreo de salón, se convierte el toreo actual cuando le falta el alma a todo cuanto se hace.

    Y es que señores, torear no es dar pases a unos toros entregados de antemano, si no arrancárselos tras de haber sometido sus embestidas. En esa tarea se producirá la emoción y en esos logros se hará posible que el aficionado quede prendado del diestro que lo está realizando.

    Toros sin alma que ni siquiera saben que son toros, en ello está el problema. Los públicos actuales lo aceptan con las figuras, con los nombres conocidos, a los que vienen ya predispuestos a aplaudir, pero les deja mudos, inertes, si quienes lo hacen no se saben ni quienes son. Este festejo ha desnudado por completo en qué consiste la fiesta actual.

    Rafael González cortó una oreja y no fue por torear, e hizo de todo, si no por su gran volapié al cuarto, rodando sin puntilla en segundos. Eso representó sorpresa para quienes asistían al conjunto del ensayo. Marcos estuvo técnico y frío a pesar de su inequívoca voluntad.

    Mejor parado, en la apreciación general, resultó Fernando Plaza, quizá por su mayor bisoñez, menos mecánico, pero también por ejecutar las suertes con algo más de pasión, de entrega no calculada. Apuntó buenas maneras. Esperemos que siga por ese camino y no aprenda mucho más toreo de salón.

    En las cuadrillas destaquemos a Miguel Martín y Fernando Sánchez una vez más.

    SOBRE MI

    Nací en Madrid en Marzo de 1948. Mis primeros trabajos periodísticos los realicé en la crónica deportiva, principalmente en el mundo del fútbol. Más tarde, otras actividades profesionales me alejaron durante mucho tiempo de la labor periodística. 

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