Así comenzaba todo en la tarde de ayer, con fuegos artificiales o, quién sabe, solamente eran fuegos de artificio.
Llegaba Fernando Adrián, tras nueve años de espera, a confirmar su alternativa pensando en disfrutar y nada mejor, pensó, para ello, que hacerlo con fuegos artificiales.
Se postró de hinojos en los medios queriendo prender la mecha, para que fueran surgiendo chispas y colores que hipnotizaran al público presente, por delante y por detrás se pasó al toro de su confirmación, Amante de nombre, hasta que puesto en pie le administró pases acelerados que borraban la estela de los colores con los que quiso conquistar la tarde.
Lo cierto es que Amante, posiblemente el mejor toro del encierro mereció otro trato, que no tuvo, desperdiciando con ello la oportunidad que se le brindaba al recién confirmado. Con la tizona emborronó lo que supuso, al menos eso, su voluntariosa actuación.
A partir de ahí, los toros de Victoriano del Río, de desigual presentación y casi moruchos, proporcionaron más fuegos de artificio que otra cosa, con lo que la tarde se iba por el desagüe agriando las caras y los gestos de los ilusionados espectadores que llenaron la plaza.
Mala cosa es esa de llenar la plaza, al reclamo de las figuras y sus toros preferidos, y quedarse con el desencanto de no poderles cantar sus proezas. Manzanares necesita, además de largar tela, que los toros bailen a su alrededor sin mancharle el vestido y sin atisbo de romperle un alamar, y su lote se empeñó en llevarle la contraria. Hasta la espada se puso en su contra rompiendo la conocida contundencia de su uso en el primero. Otro día será, se dirán sus fieles seguidores.
Adrián en su segundo, de mucha peor condición, siguió una línea de pegapasismo insustancial, aunque mejoró en el uso del estoque.
Les quedaba a los asistentes la infalible presencia del ciclón Roca Rey. Con él se podían resarcir de la mala racha de sus compañeros hasta el momento de lidiar y matar sus primeros. No pudo ser, el toro, uno más, no le dejó al peruano hacer su faena de cercanías y los fuegos artificiales habría de dejarlos para el final de la tarde, para el cierre. Sí destacó soltándole al bovino un sablazo mucho más infame que el del compañero Adrián. En los tres primeros nos dio la terna un sainete con los aceros.
Los fuegos artificiales los esperaba todo el mundo cuando el sexto, de nombre Cóndor, se hizo presente correteando alegre y mostrándose meloso con las telas que le ofrecieron. Este si parecía el toro que gusta a las figuras, a este si le iba a dar fiesta, fuegos artificiales y hasta la traca final el limeño.
Es más, se nos venía a la mente aquel prodigio musical ‘El cóndor pasa’, curiosamente con la misma nacionalidad del torero actuante. No podía haber mejor presagio. Nada es más verdad, viéndolo hube de decir: el Cóndor pasa.
Más colores con Roca Rey
Y pasó, como dijimos, de forma melosa, una y mil veces por delante y por detrás, de rodillas y de pie. Estos fuegos artificiales de rodillas no se si eran de más colores o que el público los percibía con más color por hacerlos la figura a quien habían venido a ver, pero la plaza empezó a rugir. Entre que el Cóndor pasa y que el peruano acompañó todos sus pasos, aquello dejó de ser fuegos artificiales para ser la gran traca final, la que la gente esperó paciente para irse contenta a casa.
Pero la pólvora para los fuegos de ayer estaba mojada y Roca Rey emborronó con las armas toricidas la gran fiesta que ya se avecinaba. Las gentes que habían acudido a los fuegos artificiales, las glamurosas, las llegadas de tierras lejanas y de los pueblos madrileños para ver al nuevo, se marcharon con la sensación de que los fuegos fueron sosos y no terminaron de brillar como habrían querido alguno de sus colores.
P.D. Lo mejor, y más sentido de la tarde, fue el minuto de silencio que se guardó al término del paseillo en memoria de Miguel Báez 'Litri', fallecido el día anterior