Esa y no otra es la actitud que se trajo el joven novillero mexicano: Triunfar en Madrid.
Y eso fue lo conseguido. Claro que habrá quien me diga que no fue así, que no cortó oreja alguna y mucho menos salió por la puerta grande. Habré, a quien eso exponga, de decirle que es verdad, que esos atributos no puede exhibirlos en su currículo, pero todo lo demás sí.
Y es que Isaac Fonseca tiene muy claro lo que quiere, ser torero, y desde que se hizo presente en el ruedo venteño lo mostró de forma indubitada. Nadie de quienes estábamos en la plaza puede poner en duda su disposición, su entrega, su encendida exposición para ir llenando el escenario de variadas suertes, aglutinando el interés de todos los presentes. Y eso, señores, es todo cuanto le hemos de pedir, de exigir, a un joven aspirante a doctorarse en tauromaquia.
Una arrucina de Fonseca desde la mayor verticalidad y naturalidad
Pero, en el caso de Isaac Fonseca, el mexicano de Morelia, no hace falta pedirle nada, él lo muestra a manos llenas. Así que no cortó orejas, la espada encontró hueso en sus dos sinceros intentos primeros, pero dejó la huella indeleble de quien quería triunfar sí o sí. Para cuantos le vimos no nos quedó ninguna duda de que triunfó. Las orejas valen en las estadísticas, lo mostrado se quedó en los ojos y los corazones de los aficionados. Fonseca triunfó ayer en Madrid, lo sabemos y él debe saberlo también. En la clamorosa vuelta al ruedo pudo saborear cómo le agradecía el público su lección de torería y valentía.
Con la espada no tuvo suerte a pesar de intentarlo de verdad, pero antes, en su primero, tampoco la tuvo por la flojedad del novillo y las protestas del público. También ahí supo estar en torero: si no podía exhibir su valor y disposición torera, tampoco quiso aburrir al personal y se fue a por la espada. También le funciona la cabeza a este mexicano cabal.
Álvaro Burdiel también dejó buenas sensaciones en sus intervenciones. Como Fonseca, dispuso de un inválido primero y en él estuvo más pesadito que el mexicano, dando pases allí y allá sin ninguna trascendencia, pero con el último Mayalde si pudo mostrar la templanza de su toreo y las maneras clásicas con la que quiere conquistar un sitio en la preferencia de las gentes.
Menos claro nos lo dejó Santana Claros, con un toreo de más postureo y efectismo. Fue cogido en su primero al entrar a matar y se mantuvo en el ruedo hasta el final para pasar a la enfermería y ser operado de una cornada de 15 cm. en el muslo. Ahí pudo mostrar, en otra versión, sus ganas de ser torero.
Los novillos del Conde de Mayalde cumplieron con su parte para que la novillada resultara entretenida, si bien la mitad blandearon en exceso, privándonos de que dos novilleros alcanzaran cotas más altas y meritorias en sus faenas.