Se dice con mucha frecuencia que se le echa demasiada agua al vino, en referencia a la sangre de bravo, y que ese es el motivo principal por el que la bravura de los toros se va diluyendo en la nada.
De eso ha habido mucho en la feria sevillana. Los ganaderos, por complacer a las figuras, no han parado de echarle agua al vino en los últimos tiempos, y en lugar de obtener bravura han ido deviniendo en borreguez o tontuna. Pero es lo que gusta a las figuras, a la prensa que los jalea y, por extensión, a los públicos de hoy que no son capaces de distinguir el crepúsculo del ‘tres por culo’.
Dicha manipulación ha cambiado por completo la percepción de lo que es el toreo, alterando conceptos y dando por bueno lo que en realidad es una burda caricatura. Ver los toros de Juan Pedro, Garcigrande, Cuvillo, etc., es asistir a una representación de la parodia de la fiesta. Aguada la sangre del toro y aguado el toreo de quienes disfrutan de tan malvado privilegio, automáticamente, quedan aguadas las sensaciones de un público adoctrinado para ver como bueno y cabal el insípido toreo resultante.
No todo el ganado ha salido aguado pues hay que hacer excepciones. Lo de Victorino Martín resultó una corrida a la ya, así hay que decirlo, antigua; manteniendo el interés durante todo el festejo. Santiago Domecq, con menos agua pero también con poco vino. Bien Jandilla y Fuente Ymbro, que siguen siendo un reducto de Domecq donde poder encontrar aquello que anhelamos y en la que si había figuras. Miura, sin más, cerró la feria.
Ya hemos dicho que con los aguados toros las figuras pasaron aguadas también, mal que muchos piensen que El Juli sigue batiendo records… sí pero en las condiciones de toros y toreo aguados.
Y llegó el turno al Aguado de verdad, al que así se apellida. Y resultó que tanto aguado toro iba tapando un Aguado torero, ahora con mayúsculas su apellido y su toreo. Y reconocimos todos que eso es lo que estábamos esperando y que no nos habían dado, ni las encopetadas figuras ni la mayoría de los adláteres que por la feria pasaron, a excepción de unos diestros que después citaremos.
Pablo Aguado se encontró con dos toros de Jandilla, buenos y nobles, pero no borregos, y ahí resurgió el toreo sencillo, que es el más difícil de decir y ejecutar, sin aspavientos, sin nada que no fuera lo que de verdad cautiva. A otros hay que agradecerles y valorarles su entrega y disposición, pero cuando se abre el telón y aparece el toreo lo eclipsa todo.
Del aguado con minúsculas pasamos al Aguado con mayúsculas y la felicidad resultó completa. Ahora vendrá San Isidro y tendremos muchas raciones de aguados, toros y toreros, pero habrá dos días, uno de ellos cerrando feria, que corresponderán al Aguado con mayúsculas.
Lo de Aguado lo debemos de tomar como una referencia, una vara de medir, más las de Urdiales, De Justo y Chacón, de los otros distintos conceptos del toreo auténtico, y siguiendo esas pautas de medida establecer el filtro para que no nos engañen los ‘aguados’ que habremos de padecer.
Claro que siempre nos hacemos la misma pregunta: ¿qué sesera tendrán los avispados empresarios y taurinos que no detectan quién es un torero auténtico, mientras que solo protegen sus intereses y a los toreros enchufados? ¡Pásmense! que salvo Aguado los demás son matadores de toros desde hace muchísimos años. ¿Entenderán de esto o simplemente son guardianes de un sistema, a la luz de las pruebas, totalmente injusto, egoista y manipulado? Conteste usted mismo la pregunta y seguro que acierta la respuesta.
Foto: Toromedia