Sin solución de continuidad las dos plazas estuvieron abiertas el pasado domingo, pero mientras una lo hacía para cerrar la feria, la otra era para comenzarla.
La imagen que queda de la feria andaluza es ciertamente triunfalista. Demasiadas orejas, demasiadas puertas, como decíamos en nuestro anterior escrito. Curiosamente, para cerrarla, sí sucedieron cosas que se salieron del guion mantenido durante el serial. Morante fue verdad y serio Escribano con los miuras.
No crean que es poco, casi es demasiado para lo que hemos visto durante la feria. Morante el sábado enseñó, en una faena rotunda, qué es torear. Pudimos recuperar el sabor de la autenticidad a la hora del cite, del embroque, del remate y, lo que resultó mejor, la belleza de todos los trazos.
Lo que más se recordará de Sevilla. Foto: Arjona/Pagés
Por su parte Escribano se enfrentó a un deslucido, y malo, encierro de Miura, enfrentándose con gallardía y solvencia a las pocas ganas que los toros se trajeron para hacerle triunfar. No escatimó esfuerzos, pero fue inútil ante tan poca colaboración que realzara el gesto del sevillano.
Las dos cosas, firmaron con verdad una feria basada en bastantes mentiras. Lo de Morante es lo que se va a recordar, más allá de las puertas del príncipe abiertas.
Y dio comienzo la Feria de San Isidro que, a pesar de las bendiciones que el taurinismo y comentaristas regalan a Sevilla, es y sigue siendo la feria más importante del mundo. ¿Y saben por qué?
Porque en Madrid sale el toro, no el que llaman de Madrid, sale el TORO con mayúsculas, ya solo por eso las cosas tienen otro mérito. No se busca tanto la armonía como la integridad y el trapío, cosas ambas que en Madrid son la exigencia debida.
Las Ventas a punto de comenzar la feria. Foto: Santiago Rodrigo
Además, y es muy importante, el conjunto del público no llega a la plaza solo a aplaudir, existen aficionados que necesitan calibrar, para valorarlo en su justa medida, lo que se hace al toro y con el toro. Cierto que una mayoría parece que vienen de Sevilla o educados por quienes defienden el sevillanismo taurino, pero al menos en Las Ventas la cacareada democracia existe y todas las opiniones, aún siendo válidas, han de superar el listón.
Desde el palco han de aquilatar esa democracia, de forma justa por un lado y haciendo prevalecer el reglamento por otro. Las broncas pueden llegarle tanto por no dar trofeos como por darlos, por mantener un toro inválido haciéndose el ‘Don Tancredo’ como por dejar que los avisos lleguen fuera de tiempo.
Todas estas observaciones forman el sentir de la exigencia, de las diferencias que tiene Madrid con el resto de las plazas. Y es que, si no fuera por diferenciarse así, para qué llamarle primera plaza del mundo o tildar a San Isidro como la feria más importante del orbe taurino.
Sevilla ya se acabó, con sus luces y sus sombras, sí, pero ahora llega Madrid con sus pros y sus contras. No son, ni deben ser, dos plazas iguales. En lo único que se unen es en desear suerte a todos. Para los aficionados también.