Nada resultó como se quería, pero terminó mucho peor de lo que podría esperarse en este Domingo de Ramos.
Las palmas del recibimiento se tornaron en un pesar, en un penar propio de la pasión de esta semana que nos anuncia siempre el Domingo de Ramos.
El gesto era una gesta, de las de verdad -constatado después-, pero en un solo acto, de los seis previstos, se pudo contemplar la grandeza de lo que supone el enfrentamiento de un toro y un torero.
Un toro excelente y un torero extraordinario derramaron todo lo que tenían para dejar constancia de que la fiesta brava de broma no tiene nada, si se conjugan la integridad y la autenticidad.
El torero extremeño mostró a lo que venía a la plaza que da y quita, él lo sabía muy bien. Encendidos aplausos fueron iluminando esa su primera intervención, ovaciones cerradas para tandas completas, todo transcurría por el camino deseado y esperado.
A la suerte suprema no le iba hurtar nada de esa verdad que supone el enfrentamiento en plenitud con el toro. No lo hizo… pero el toro tampoco se iba a dejar ganar la pelea sin decir su última palabra. Una cosa y otra coincidieron en décimas de segundo y el de Pallarés vendió muy cara su vida, tanto que casi logra quitársela a su oponente.
Hasta ahí, todo transcurrió con esa grandeza que se espera de la fiesta más real y auténtica que existe. A partir de ahí bajamos a lo mundano, a la realidad que supone el día a día y el enfrentarse, no ya al toro, a las consecuencias. Para Emilio en primer lugar y después para todos los aficionados.
Deseamos ver muy pronto, de nuevo, esta imagen
Y es que Emilio de Justo es un gran torero, sí, pero también muy necesario. Es ese tipo de torero que nos reconcilia con la verdad, con la apuesta sincera a través del enfrentamiento real con el toro. Es decir, lo imprescindible para que todo sea tan creíble como se ha de esperar de esta fiesta viva, donde la muerte siempre está presente.
Las consecuencias las pagaremos todos los aficionados a través del tiempo que tendremos que prescindir de su presencia en los ruedos. Damos gracias de que no haya sido fatal el percance, conocemos desgraciadamente casos en los que lo fue, pero estará alejado el de Torrejoncillo un buen tiempo de las plazas de toros, ese es el pronóstico.
Ferias como la de Sevilla y Madrid tendrán que celebrarse sin su presencia y, sinceramente, eso son palabras mayores. Emilio de Justo se había ganado un puesto en la cima de la verdad, junto a aquellos que exhiben su apuesta artística, el indiscutible dúo que hace que sea un acicate el acudir a las plazas.
Sin el cacereño perdemos uno de los ases a los que nos agarramos en los últimos tiempos. Un torero que ha sabido mostrar, cuando por fin le han dejado, que era tremendamente injusta su marginación.
Ahora la lesión cervical le margina de nuevo, pero del mismo modo que él estará deseando reaparecer, también lo haremos los aficionados, por ser Justo y necesario.