Estamos donde estamos y no es por casualidad. La situación de la fiesta brava está muy afectada y no es solo por el Covid-19.
Pena da ver cómo van pasando los meses y a la tauromaquia le falta oxígeno, ese que ha de respirarse cuando huele a toros por todos los rincones de España. No falta un fuerte impulso, falta mucho más que eso.
Podíamos decir que hacen falta empresarios valientes y leales, grandes fundamentalmente, a la actividad con la que se hicieron el hueco del que disfrutaban cuando todas las vacas eran gordas. En las flacas se está viendo que eran empresarios de apuesta fácil, de aprovechar el aluvión de las grandes ferias. Cuando hacía falta imaginación, de la que alguno siempre ha presumido, y mucho, se ha visto que no era para tanto.
Pero para impulsar la Fiesta de verdad lo que más falta hacía, precisamente, es que los cimientos fueran muy sólidos. Y no lo son. Hace mucho tiempo que nuestra querida fiesta está basada solo en el brillo y la superficialidad. El oropel lo inunda todo y los cimientos actuales de credibilidad son muy endebles. Habitual y generalmente ni el toro que se lidia, ni los toreros, son lo suficientemente auténticos para sostenerla si el viento es muy fuerte, como ahora.
Una fiesta para salir del paso, sus cimientos actuales no dan para más. La comodidad y las ventajas lo han inundado todo, creándose una fiesta paralela y también para lelos. Un conformismo que ha querido construir sin cimentar y si algo fuerte ha tenido siempre nuestra Fiesta han sido los cimientos de su historia secular.
El toro lo presidía todo y las figuras adquirían esa condición a base de ser los mejores ante todo tipo de encastes. Una vez adquirida la condición de figura venían los dineros. Dineros y prestigio ganados tras de unos cimientos sólidos, basados en su poder y no solo en la publicidad o notoriedad. Hoy se llama figuras a quienes no han visto un toro encastado en toda su trayectoria. Es decir, se empieza la casa por el tejado y cuando llegan los malos vientos se caen como castillos de naipes. Figuras de torear mucho, pero qué torean. Un prestigio de plástico y de poca duración.
Quizá sean muchos los que puedan decir que esta pandemia ha arrasado con todo, pero yo afirmo que las dudas que hay ahora sobre la supervivencia de la Fiesta no las hubo nunca ante situaciones similares o, incluso, peores.
La llamada ‘gripe española’ acabó con millones de personas, pero no con los toros. Para quien no quiera acordarse, hemos de recordar que los años de tan terrible pandemia fueron denominados la Edad de Oro del toreo. Dos nombres fueron los cimientos previos para que tanta desventura no acabara con lo nuestro: Joselito y Belmonte. Se superó tan grave enfermedad, pero los toros no llegaron a sufrir ni un resfriado.
Más tarde, también lo vamos a recordar, llegó una guerra civil en España, y eso todavía fue una pandemia mayor. Pero los toros tenían buenos cimientos y el ‘castillo’ no se cayó. Marcial Lalanda y Domingo Ortega fueron las vigas graníticas que sujetaron el edificio de la Fiesta. Tan fuerte y resistentes fueron esos cimientos que de inmediato aparecieron toreros como Manolete o Pepe Luis Vázquez. Ese tipo de ‘cimientos toreros’ no los tenemos ahora. Recordemos que también a Manolete, máxima figura, lo mató un Miura.
No podemos engañarnos. La Fiesta que padecemos en este siglo XXI no aguantaba, no solo una pandemia, ni siquiera podía aguantar un simple constipado. De ahí que ahora echemos de menos buenos cimientos.