La encerrona de Antonio Ferrera tuvo el final buscado al programarse, poder obtener un gran triunfo y una salida en hombros
Así de simple y así de sencillo, pero para que ello ocurriera se tenían que dar varias circunstancias y… finalmente se dieron.
La primera es que el torero pudiera decir algo durante el festejo, léanse motivos interpretativos al torear, y de eso nadie se podrá quejar. Desplegó, sobre todo con el capote, casi más suertes que las que existen, variedad a tope al tiempo que en circunstancias distintas a las que suceden a diario, como ejemplo sus quites a la salida de los toros del caballo, así como para colocarles ante ellos. Quites colocándose en el centro del ruedo no hubo, como tampoco pudieron hacerlo los dos sobresalientes, a los que dejó de puros comparsas -quizá faltó entonces, entre tanto bueno que hizo, la sensibilidad para con esos compañeros-.
Cubrió el escenario como ya viene haciendo últimamente, teatralizando cuanto hacía, lo que en algunos momentos pudo parecer falta de naturalidad. Lo que pasa es que es tanta la rutina que soportan los aficionados y los espectadores con el sota, caballo y rey, que resulta hasta fácil cautivar con la disposición de hacerles ver una corrida diferente.
Los toros elegidos para el reto, sangre Domecq en sus dos terceras partes, Parladé, Domingo Hernández y doble de Victoriano del Río, era una apuesta segura para encontrar ese toro al que se le puede hacer de todo sin exponer demasiado. Los dos últimos le dieron todas las facilidades. El de Alcurrucén y el de Adolfo Martín no aceptaron tanto toreo heterodoxo, quizá del ortodoxo hubiera salido algo, pero tampoco creo que de triunfo.
La tarde estuvo llena de momentos de inspiración y torería durante la suerte de varas
Con los toros de las figuras, Antonio Ferrera ha demostrado estar por encima de todos ellos, en repertorio y afán lidiador. Y sí él ponía todo de su parte, los toros citados también y el público asistente, en gran número, apostaban por el éxito del extremeño, la tarde no podía terminar diferente a como ha terminado. Ferrera ahora mismo es la máxima figura. Digo figura, aunque no especifique que del toreo, porque del toreo hoy hemos podido disfrutar menos. La plástica y la escenificación lo ha llenado todo gracias a un torero valeroso, pleno de imaginación, variadísimo y muchas ganas de sorprender al espectador a cada instante.
No se puede describir lo visto de otro modo, como seguramente no lo puedan hacer los casi veinte mil espectadores. Expresarnos en series completas, en naturales profundos, en dar a cada toro lo que pedían, sea quizá imposible. Vivir la magia de cada instante, de cada lance es lo que ha llenado por completo la tarde y la pasión de los espectadores.
Es imposible olvidar el momento más auténtico. Sucedió cuando Fernando Sánchez puso un par de poder a poder al toro de Adolfo Martín. Un resorte levantó a todos de sus asientos para ovacionar sin fisuras la verdad y el riesgo que supuso ese par de banderillas. En el último también Ferrera, tras banderillear la cuadrilla, puso uno al quiebro pegado a tablas del que salió tras un vistoso recorte. La emoción vivida fue la mecha hacia la faena final.
Quizá, y sin quizá, es que uno haya echado de menos otros momentos de la tauromaquia clásica y del toreo auténtico. Dicho esto, todo ha de ser interpretado en su sentido recto, sin interpretaciones tergiversadas.
Mañana no habrá un toro de Adolfo Martín. Mañana habrá seis y la sangre Domecq estará ausente. Esperemos que sea una tarde que pueda dejar grato recuerdo del cierre de la feria.