Tras las primeras jornadas de la feria, que presencié en directo, el resto lo he disfrutado, o sufrido, por televisión.
No está hecha la televisión para contar lo que pasa ya que, queriendo o sin quererlo, estás condicionado por los comentarios, si es que los escuchas, o por la realización que muestra lo que a ellos les da la gana. Lo dicho, una crónica a través de la tele es como tomarse un zumo por teléfono, que pierde todas sus propiedades y solo consumes los colores.
Lo que sí es posible hacer es un resumen de lo disfrutado o sufrido a través de la pequeña -cada vez más grande- pantalla.
Lo más sufrido, sin género de duda, son los comentarios que acompañan los festejos. De tan relamidos y cursis se hacen empalagosos, pero de tan subjetivos se hacen dudosamente creíbles, además de insoportables. Parecen talmente hooligans del espectáculo, olvidando su obligada asepsia para con la objetividad. Allá ellos… pero acá nosotros. Ellos sabrán por qué lo hacen.
Fuerte, muy fuerte, la asistencia, o no asistencia, al coso bilbaino. Una ruina se mire como se mire. Ni las figuras son capaces de decorar de público la plaza. Si no se ve más cemento es por el azul de los plastificados asientos. La solución pasa por una lona con imágenes de público que decore el vacío como en uno de los fondos del estadio del Rayo Vallecano.
Por supuesto que lo mejor lo ha protagonizado Paco Ureña quien, al margen de las cuatro orejas, puso en valor la verdad del toreo, sin atajos ni ventajas. Un aldabonazo que debe servir para que de una vez por todas se distinga qué es auténtico y qué es solo un sucedáneo artificial del toreo.
Un factor a tener muy en cuenta ha sido la suerte, o mala suerte según se mire, de los lotes en los sorteos de los toros. Demasiadas veces han coincidido los dos toros potables en las mismas manos. El caso de Ureña fue uno de ellos, dejando la mala suerte a Urdiales con toros intratables y, aún así, les dio buen trato.
Los lotes buenos, de Victoriano del Río, Domingo Hernández y Fuente Ymbro, fueron también para Manzanares, Luis David y Juan Leal, lo que les permitió obtener trofeo en cada toro y aunque se les pidió otra oreja, curiosamente en sus segundos seducidos ya sus públicos, pero Matías dijo nones. Visto lo de Ureña, no hubiera sido justo equiparar sus faenas a las del murciano. Podrá equivocarse Matías, pero tiene personalidad y experiencia suficiente como para equilibrar y aquilatar al máximo y, que por ello, merezca nuestro respeto.
El Juli se hizo con dos orejas, una en cada una de sus tardes, mientras Ponce se fue sin ellas y dejando una anécdota que dice poco a favor de su veteranía y experiencia. Olvidarse del tiempo delante del toro, cosa muy habitual en él, es una cosa, perderse por completo es otra. Debió recibir los tres avisos y el toro al corral. Le hubiera servido de lección, también a todos los miembros de su cuadrilla, para el futuro. Yo estaba ante el televisor y oí el primer aviso. No caben excusas.
Otro aspecto a considerar es que Luis David, quien entró por Aguado contra la opinión general, estuvo más reposado que en su bulliciosa tarde anterior, aunque con igual premio de una oreja en cada toro. Y es que degustar los toros de Domingo Hernández también saben hacerlo los de abajo del escalafón… si les dejan.
Cerraba feria la corrida de Miura y ese es siempre un festejo distinto. El encierro resultó noble y toreable en conjunto y los diestros, López Chaves, Chacón y Escribano mantuvieron el interés de la tarde, destacando Escribano que cortó una oreja al último y el buen trato que le dio a su lote el salmantino. Diferente también la corrida porque en ella se ha visto la suerte de varas, por fin, destacando Javier González, picador de López Chaves.
En resumen, muchas orejas y no todas de una plaza de primera, así como demasiadas ovaciones a los banderilleros que saludaron, donde no hubo la exigencia debida para más de la mitad de ellos, sin necesidad de que haya que dar nombres.
Tras de la rotunda claridad del triunfo del toreo auténtico, Ureña, de Justo y Urdiales, dos aspectos nublan la feria: la poquísima asistencia y la muchísima benevolencia para los toreros por parte de los asistentes. Ambas cosas hicieron que Vistalegre no pareciera una plaza de primera.