Aunque lo parezca, el titular nada tiene que ver con la situación de interinidad de la política española.
La élite del taurinismo están felices porque en Málaga han quitado a los presidentes, la presidenta Romero fundamentalmente, que venían desempeñando su función en el palco de La Malagueta.
Tiene gracia, por no decir ‘tiene guevos’, que ese movimiento en el palco les haya hecho felices a quienes manejan el cotarro del espectáculo taurino.
Está claro que no les gusta que los presidentes de las plazas sean independientes de ellos, los prefieren domesticados, que su comportamiento sea ad hoc, que pertenezcan al movimiento único en el que han convertido, o quieren convertir, la fiesta.
Mientras en todas las actividades del mundo, donde se necesita un juez o un árbitro, se clama, se exige, que sea imparcial e independiente, y mucho mejor si tiene entre sus virtudes una marcada personalidad que le impide cualquier manipulación, en el mundo del toro se quiere todo lo contrario. Así es el mundo del toro, referido naturalmente a la cabeza de sus escalafones profesionales, endogamia pura.
El más feliz de todos ha sido Morante, pero no ha habido nadie que le haya llevado la contraria al de La Puebla. Todos felices con quitar de en medio a quienes intentan poner orden en ese coto cerrado que representa el sistema.
Los quieren así, de pañuelo flojo
El presidente, para ellos, es algo decorativo al servicio de la causa del triunfalismo. Que el toro es chico, mejor; que no tiene cuernos, fenómeno; que concede orejas como loco, estupendo; que indulta sin otro criterio que el del matador, miel sobre hojuelas; que se le va la hora en los minutos de los avisos, es sensibilidad; que la espada ha caído en mal sitio, tiene ‘mucha muerte’ y punto. Solo falta que le pidan que haga de costalero para sacarles en hombros. Hasta piensan que llegan las competencias de quien se supone que es la autoridad.
Claro que junto a los profesionales del toro están los comentaristas de la televisión, que van sembrando entre los ‘aficionados’ televidentes más conformistas. Con todo se crea, o se ha creado ya, el caldo de cultivo del todo bien.
Mira que sería fácil lo de los avisos, bastaría un reloj o alarma que marcara sin otra necesidad que la de ponerle en marcha, el tiempo transcurrido -que eso dice el reglamento que no pide ninguna otra sensibilidad-, y con eso evitaríamos comentarios ofensivos contra quien solo cumple con su obligación. La bocina en el baloncesto suena cada partido y nadie le ha pedido nunca sensibilidad.
Y es que la sensibilidad la quieren para obtener beneficios en una sola dirección, reconocimientos veterinarios laxos, orejas, vueltas, indultos, etc., nunca la piden para defender a quien se necesita defender, primero al toro, después al aficionado y, de paso, la legalidad y el reglamento vigente.
‘Viva la fiesta’, la suya, es lo que quieren, nunca viva la Fiesta con mayúsculas. Lo ideal para ellos, y sus voceros, sería celebrarse los festejos sin presidente, a lo sumo ‘dirigido’ el espectáculo por los apoderados, mozos de espada o directamente por los comentaristas de la televisión.
Sin presidentes, estamos seguros, se acabarían todos los males que aquejan a la tauromaquia. Esa es la idea buena y definitiva, no tarden en ponerla en práctica.
Foto: El Cierre Digital