Soñar es gratis, aunque para ir a los toros haya que pagar. Pero una vez sacada la entrada pocas veces se podía soñar más que ayer.
Volvía Morante a Las Ventas doce días después del milagro en la corrida de la prensa y a nadie se le había olvidado lo que pasó en el primer toro de la tarde y de ahí, que la plaza reventara de gente en sus localidades. Se adivinaba que venían ‘avisaos’.
Los toros de Juan Pedro Domecq en los chiqueros. Al de La Puebla le acompañaban un torero de Madrid y otro sevillano, ambos con cartel en esta plaza, pero en las caras de la gente se veía a quién querían ver esta tarde. Luego pasó lo que pasó.
Pasó que la plaza recibió al de La Puebla con una tremenda ovación, recuerdo de su actuación anterior, pero que muchos deseaban que se repitiera, aunque no se lo podían ni imaginar. Sí soñar. Solo faltaba que se abriera la puerta de chiqueros y que saliera el primero de la tarde.
Salió el colorao llamado ‘Sacristán’ y sin darnos tiempo a especular la plaza estallaba en olés profundos con sus primeros lances. Despejada la duda, quien más quien menos entró en situación y ya no salieron hasta que le vieron dando la parsimoniosa vuelta al ruedo con una oreja en las manos.
Imposible contar y describir lo que aconteció, toda la magia que las muñecas de Morante fueron dibujando sobre la arena. ‘Sacristán’ se dejaba y el diestro sevillano se encargaba de tener en éxtasis a cuantos espectadores llenaban la plaza. Quizá no tan completa como el pasado día 28, pero plena de torería, temple, despaciosidad y embrujo. Todo era real, no era un sueño ni un deseo. El mejor Morante estaba esculpiendo en Las Ventas distintas esculturas al toreo, reunidos toro y torero en la misma pieza, una detrás de otra. Podríamos llenar un museo llamado ‘El bien torear’. El arte del toreo con mayúsculas tenía lugar.
Parecía que no se podría repetir dicha obra maestra con su segundo toro, pero Morante hoy en día es algo más que un torero, es un mago capaz de magnificar cuanto toca o cuanto hace. Otra vez logró entusiasmar y conmover a los tendidos, cuando a todos les parecía imposible. Fue escalando la temperatura para alcanzar ese otro trofeo que le abriera la puerta grande. No sé si hubiera estado en manos de otro, pero de él sí. A pesar de la estocada baja, no hubo manera de parar la marea de pañuelos que, no solo querían premiar al sevillano, lo que deseaban era premiarse todos para poder presenciar la apoteosis de su salida en hombros.
Nunca habíamos visto nada igual. La salida de Morante por la Puerta Grande fue la salida en hombros de cuantos creen que el toreo es un arte, algo que es capaz de erizarte el cabello, y que las sensaciones que provoca con tanta belleza, garbo y torería, que inunda plenamente los corazones de quien lo presencia. Por eso salió tanta gente por la puerta grande. Todo gracias a un torero único llamado Morante de la Puebla.
Todo lo demás ya se ha descrito en estas y otras páginas, pero teniendo en cuenta la distancia sideral con el milagro del toreo, no requiere mayor comentario. Gentes que no sabían casi quién era Morante ya preguntan dónde torea la próxima. Y es que a nadie se le ha escapado establecer las diferencias. Le llaman rey, como si le llaman dios, y se puede exagerar, cuando no se exagera es cuando se dice que es único y la máxima expresión del toreo, merecedor de estar entre los mejores que llenaron la historia.